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Los Sucesos del Día. (De nuestro corresponsal en Campaña)

Relato sobre la visita que hiciera un corresponsal del periódico La Lucha, al campamento mambí de Amador Guerra en abril de 1895. Se emiten juicios sobre la campaña recién iniciada y el modo de terminar con ella.

Desde Manzanillo. (De nuestro corresponsal en Campaña)

Carta de Amador Guerra.-Salida de Calisito.-El recibimiento.-llegada al campamento insurrecto.-Un incidente.-La conferencia.-El almuerzo.-Consideraciones.-Salida del campamento.-El incendiario de San Ramón.-Salvo-conducto insurrecto.-La familia de Miró.-Llegada de fuerzas.-El señor Capriles.

El día 4 le escribí una carta al cabecilla don Amador Guerra pidiéndole una entrevista, á la que desde luego accedió, mediante ciertos reparos de los que se podrán enterar nuestros lectores, por la siguiente carta del célebre capitán.

"Señor don Juan José Cañarte.

Muy señor mío, recibí la muy atenta de usted, fecha 4 de abril, y enterado de su contenido le hago ésta para esplicarle al caballero la razón porque no le había contestado, por llegar á mis manos el 6 del corriente; yo no tengo inconveniente como el caballero en tener la entrevista, si es cuestión militar no tenga trabajo en molestarse, pero como creo que nada tiene que ver su empleo con lo militar, no tengo inconveniente en aceptársela, dígame si usted desea ver la fuerza que traigo en operaciones; si la entrevista es solamente conmigo, estoy dispuesto a recibirlo mañana mismo si usted quiere, para cuyo efecto vendrá usted á Campechuela y de ahí me contestará que yo eligiré el punto de la entrevista y encontrará usted jefes dignos y oficiales que saben cumplimentar sus órdenes.

Sin ninguna otra por ahora, queda á su disposición para lo que guste usted mandar, el C. capitán,

                                                                                                                      Amador Guerra".

Provisto de un práctico, por cierto de la antigua revolución, hombre honrado a carta cabal, salí del ingenio «Salvador», situado en el poblado de Calicito á cuya finca llegué el viernes por la tarde.

A las 4 de la madrugada, salimos con rumbo al campamento insurrecto.

Después de salvar arroyuelos, ríos y precipios, cruzar caminos, redoblar senderos y pasar cejas de monte verdaderamente intransitables, llegamos á las ocho y media de la mañana, á la sabana de Santa Catalina, en donde encontramos numeroso grupo de caballería insurrecta, que nos saludó afectuosamente.

Enseguida procedióse a la marcha al campamento, en la siguiente forma: tres guías, armados de tercerolas, detrás del práctico y yo; luego una sección de caballería, y por último, la fuerza restante desplegada en dos alas.

En esta situación, caminamos cerca de media hora, que fue el tiempo que tardamos en llegar al campamento.  

En cuanto nos divisó Amador Guerra, formó la gente que con él estaba, y, adelántandose hacia mí, montado en un bríoso caballo blanco, me saludó con extrema cortesía, colocándose a mi izquierda, dando la voz de:

-¡Presenten...armas!

Como delicadeza á aquella deferencia que se me hacía, pasé por en medio de las filas, sin sombrero, desmontándome de la jaca que montaba, y que generosamente se sirvió prestarme mi distinguido amigo de Manzanillo, señor Solís, siendo presentado por el práctico á toda la oficialidad, que desde aquel momento hasta que me marché, no me dejó solo ni un instante.

El campamento lo compone una pequeña casa de guano, donde duermen los oficiales cuando allí pernoctan, rodeada de otras casas con techos de hojas de hojas de palma, pero sin paredes, en las que descansan, en hamacas, los soldados.

[Cerca] del campamento, que se encuentra situado en San Vicente de Guá existe una regular extensión de terreno cercado de madera, que viene a hacer las veces de pesebre para los caballos.

Aprovechando un momento en que Amador se quedó solo conmigo, le dije que era portador de una carta en la cual una persona muy respetable de Manzanillo les conjuraba para que depusieran las armas.

-Pare la mano -me dijo Guerra.

-La carta viene dirigida aá V. y á don Francisco Estrada.

En aquel momento la gente que andaba por allí se arremolinó a nuestro lado y con ella el aludido Estrada que, es un pardo de 47 años de edad, natural de Bayamo, de estatura regular, bigote y pera rala, pantalón de dril cazador, guayabera de la misma tela y sombrero de jipijapa de las anchas.

-¿Qué hay, mi capitán?

[es una carta] -repliqué yo- que me [han dado] para V. y Amador.

[...] el ciudadano reporter: [que sin] la autorización de nuestro [...] no podemos recibir comunicación alguna.

Señores, si es cuestión [particular y] comprendiendo que, fuera [y] de los que estaqban allí [nada] más sabían leer y escribir Guerra y Estrada por el [...] casa de guano, ahí la [carta y ] comencé la lectura, pero apenas [había leído] cuatro o cinco reglones [Amador] poniéndome la mano [en el hombro dijo]

[Nosotros aquí] todos somos mayores [de edad y no] necesitamos consejos. [Traté de insistir], pero antes las negativas de los que allí estaban [y las feroces] miradas de un [negro provisto] de un magnífico relámpago que a mi se me antojó un Goliat, di mis escusas al cabecilla y á Estrada, rompiendo la carta en cuestión en doscientos mil pedazos.

Volvimos á la casa, y sentándonos alrededor de una desvencijada mesa -por cierto que Guerra y yo tuvimos que sentarnos en un baúl muy viejo, por carecer de sillas,- di comienzo al siguiente interrogatorio con Amador Guerra:

-¿Tiene V. inconvenientes en decirnos cuál es la situación en que Uds. se encuentran?

-La nuestra, muy buena, por hoy, porque vtenemos mucho entusiasmo, armas y gente deseosa de pelear.

-¿Qué número de individuos manda V.?

-Pasan de doscientos hombres los que mando, de caballería, bien montados y equipados. 

-¿Vd. sólo dirigió la acción de Yuraguana?

-Yo solo, la caballería. La infantería la mandaba el comandante Francisco Estrada. (Este saludó)

-¿Tiene Ud. la bondad de decirme la posición en que se encontraba?

-Estábamos apostados por la derecha del camino real de Campechuela á Manzanillo, en el alto de la Guásima.

-Ya sabrá Ud. las bajas que tuvo el gobierno; ¿cuántos sufrieron Udes?

-Nosotros sufrimos cuatro bajas. Un muerto y tres heridos.

-Dicen que muchas de las gentes que le acompañan á Ud. le han abandonado, ¿es ó no cierto?

-No, señor nada de eso es verdad. Los que se han presentado  [...] contamos con más de [...] hombres.

-¿Ustedes no le dan importancia a la sana política del Partido Autonomista?

-No, señor; por eso no puede prosperar. Tiene que disolverse porque el país no puede, ni quiere, ni debe estar con ellos.

Esta respuesta me la dio José Aramburu Aspiazu natural de Guipuzcoa, de estatura alta, fornido, de bigote y barba corrida, ojos pardos y de 54 años de edad. Lleva 35 años de residencia en Cuba. Y continuó:

-Yo deseo para este país la independencia, como la deseo para el mío.

Yo fui el que gritó en Yuraguana:-"¡Al machete y viva Cuba!"

-Ustedes saben que las guerras solo se hacen con dinero y en toda la isla no hay quien tenga una peseta, porque nuestras únicas fuentes de riqueza, el azúcar y el tabaco están sufriendo una crisis terrible, con qué elementos monetarios cuentan ustedes?

-Con los del gobierno.

-Pero esa respuesta es muy vaga.

-Eso lo digo, porque si mañana no nos vinieran expediciones del extranjero, ya nos arreglaríamos aquí para que no nos falte nada.

-¿De modo que ustedes esperan refuerzos de Maceo y Máximo Gómez?

-Sí, señor, porque así nos lo ha ofrecido la Junta Revolucionaria de New-York.

-¿Entonces los que son oficiales les deben ese empleo a los de la Junta?

-Hay de todo. Los que están aquí de la antigua revolución, esos son por derecho propio, los restantes tienen el cargo de oficiales en comisión.

-Y yo- agregó el comandante Dimas Zamora, un pardo de 54 años de edad y de profesión albañil- lo soy por [...] Martí.

[Escuchaba] esta conversación, [...] atento el capitán don Joaquín Reitor [...] natural de Manzanillo, de 43 años, de estatura alta, muy robusto, con bigote y barba larga, que le da aspecto de hombre primitivo; ojos negros y modales muy bruscos y al cual me presentó Francisco Estrada.

-Diga usted, señor Reitor, ¿es cierto que pretendió usted entrar en Campechuela la noche del 23?

-Si señor.

-¿Con qué objeto?

-Con el de atacar á la tropa que allí está y que yo sé que son 60 hombres al mando de un capitán y dos tenientes.

-¿Por qué no entró?

-Porque luego reflexioné ante una petición que me hiciewron varios vecinos del pueblo.

-¿Usted estuvo en Yuraguana?

-No señor, estaba a mucha distancia de allí.

-Me han dicho, señor Guerra [que] usted fue herido en Yuraguana...

-Mire usted la herida -exclamó, [y] poniéndose de pie, me enseñó un agujero en el pantalón, que le hizo una bala.

Las doce serían cuando terminamos estas conversaciones. Amador [con] exquisita finura me invitó a almorzar y yo, que en las alforjas llevaba café, salchichón y tabacos, hice que los aceptasen.

En menos de un cuarto de hora, mataron, arreglaron y asaron perfectamente una preciosa novilla y dos lechones, y sin olvidarse del sabroso ajiaco criollo, en la misma mesa donde nos habíamos reunido sirvióse el almuerzo en jícaras y hojas de plátanos, que se utilizaban a falta de platos, fuentes y copas. En vez de [...] sirvióse cerveza y sidra achampañada.

Es evidente que la revolución no puede prosperar porque el país no lo quiere bajo ningún concepto, y por la política benigna que en los actuales momentos está haciendo el gobierno.

La idea de la libertad mal entendida, poetizada por Massó y hecha circular entre sus amigos sencillos y adictos y las veleidades de D. José Miró y Argenter, ex-director de "El Liberal", que se consideraba aquí otro Ramón Pintó, han sido los factores de la revolución en esta comarca.

Y en estas excepcionales condiciones, sin orden ni concierto las gentes que componen las partidas, la algara tiene que terminar por consunción, como la llama, cuando no tiene combustible ni carburante que le de vida.

Si a D. Bartolomé Massó, persona muy honrada y muy digna, pero muy utópico, se le hubiese prohibido comunicar su locura á las gentes de nuestros campos, impresionables por naturaleza, aquí no pasaría nada.

A pesar de la diplomacia que se emplea para la extirpación del cáncer motinesco, mientras no se lleve a cabo el proyecto del Sr. Otero Pimentel de garantizar las vidas y propiedades de los pueblos con las fuerzas que se esperan de la Península y que [parte de] ellas ya llegaron a Santiado de Cuba [...] y los trabajos del gobierno [...]

1º porque [...] para [...] campo resulta perfectamente inútil [por cuanto] que con ello se les da importancia á los amotinados, 2º porque garantizadas los poblados con las fuerzas del gobierno, los revolucionarios, por precisión tienen que reconcentrarse en el monte, y de esta manera los campos quedan deslindados, lo que no resulta hoy; y 3º porque la necesidad les obligaría á capitular sin exigencias, que siempre resultarían ridículas para los que tenemos que pagar los gastos de esas peregrinas locuras.

Podrá resultar, y esto está en la mente de todas las personas sensatas de por aquí, que dados los hombres que están al frente del movimiento, porque Massó sabe leer y escribir, la campaña resulte más larga y tras el motin venga el bandolerismo; pero después de todo, con las medidas de garantías generales, ello terminaría por verdadera consunción, para satisfacción del país que les rechaza enérgicamente.

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A las dos de la tarde salí del campamento insurrecto con una pequeña sección al mando de Amador Guerra, el cual me regaló su retatro, que remito á esa, despidiéndose todos de mi al grito de «¡Viva Cuba!»

Un detalle: entre las fuerzas de Guerra hay algunos peninsulares y entre estos un tal José Barroso Barca, de Grozabona, provincia de Cádiz, que ejerce de abanderado en el escuadrón de la caballería de Reitor.

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Llegué a Manzanillo, materialmente rendido de fatiga, nada de extraño en un ginete tan práctico como yo, que en tan pocas horas caminé nada menos que ¡veintidós leguas!

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Antes de salir del campamento insurrecto, Amador Guerra, llamó a un pardo que hace las veces de secretario y le dictó el siguiente salvo-conducto que firmó Francisco Estrada:

«Abiendo llegado á este campamento el señor don Juan José Cañarte, Repórter del periódico la Lucha, con el carácter de tomar nota de los hechos verídicos de armas y al mismo tiempo tomar en el terreno de los sucesos todas las noticias relacionadas con nuestras operaciones, y con la intención de visitar las fuerzas de esta jurisdicción, le expido esta para que le sirva de resguardo y pueda transitar libremente por nuestra zona.

Cuartel de San Vicente, á 8 de Abril de 1895.-El Comandante, Francisco  Estrada.

Notas:

1.-Se ha respetado la ortografía original.

2.-[...] Imposible deducir el contenido por rotura

3.-[   ] Lo encerrado entre corchetes ha sido deducido.

Fuente. Recorte del periódico habanero La Lucha, que bien pudo haber sido del miércoles 10 ó del 17 de abril de 1895.