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El origen de Manzanillo. Una contribución a su estudio.

Autor(es):
Delio G. Orozco González.

Un acercamiento crítico a los orígenes de Manzanillo como espacio de asentamiento humano, donde se reconsideran hipótesis anteriores y se propone, a partir de análisis lógico, el inicio del proceso fundacional de Manzanillo.

Los orígenes, o el origen de las cosas -perdónese este término tan vago-, es cuestión que ha signado la curiosidad e intelecto humano desde tiempos inmemoriales. Desde que Herodoto escribió Los nueve Libros de la Historia  , la preocupación por saber todo en derredor al instante primero, no se ha separado de la manera de escribir historia, y es así, porque para comprender el presente es obligatoriedad inexcusable acercarse al pasado más inmediato o al mediato, lógico, este acercamiento al pretérito está condicionado, en muchos casos, por los intereses u objetivos que marcan la hurga.

Una búsqueda coherente de los orígenes, tiene que enrutarse mas a las condiciones y circunstancias en las cuales se produce la eclosión, que al hecho en si mismo, en tanto, lo mismo un pueblo que un hombre, no se distinguen por nacer, sino por ser, aunque lo primero -el existir-, deviene en condición sine qua non para poder ser. Los hitos dejados en los anales de Clío por hombres y pueblos, no están dados por el instante de su aparición, sino, por la obra, aporte, características y capacidad de perdurabilidad o modificación sobre las estructuras en las cuales se desenvuelven; por eso, no es de extrañar que generalmente se busquen y traten de precisar las fechas de nacimiento de los grandes hombres o de fenómenos que cambiaron, ya en progreso, ya en retroceso, el devenir humano, y no de los "sin historia" o acontecimientos cotidianos, subvalorados por muchos de manera errada.

Es cierto, hay otras búsquedas y deseos de precisar y mantener en la memoria orígenes que sólo conciernen a una o a un grupo de personas; ahora bien, estos rastreos y mantenimientos, en principio, no constituyen ejercicio histórico pues el fin pensado está muy lejos de servir a ello (servicio socializado) y se focalizan en precisiones utilitarias, materiales o espirituales, no de uso, las cuales reportan a quien escarba en el momento "cero" una referencia personal e íntima; por ejemplo, la celebración de onomásticos entre familiares y amigos tiene un valor simbólico, constituyendo en si mismo expresión inequívoca de su mentalidad y que deja una placentera sensación de reconocimiento del ser. Sin embargo, esta peculiaridad de la necesidad simbólica, también signa grandes grupos humanos, quienes, insistiendo en el conocimiento de sus albores, afincan en ello su cualidad identitaria logrando por esa vía constante modificación, readecuación o conservación de su propio yo, el cual, les permite identificarse a si mismo y distinguirse entre otros grupos de parecidas pertenencias; por eso, al reconocerse cada individuo como parte integrante de una colectividad, ya no sólo le interesa la exclusividad de su momento primigenio, sino, la de la agrupación de la que forma parte; ahora, ella lo distingue y ofrece otra identidad, mas, como resulta imposible la verificación originaria de cada individualidad, el reconocimiento de la brotación colectiva suple tan olímpica quimera.

Lo supradicho puede arrojar luz sobre el por qué a los pueblos les es imprescindible celebrar, conmemorar o festejar el surgimiento de la nación y la fundación y establecimiento de los diversos asentamientos humanos que la componen y definen; ahora bien, esta celebración no puede quedar fijada en la voluntad personal e íntima de un grupo, tiene que verificarse en la asunción concreta y consciente de la colectividad, como fruto de la experiencia y la demostración histórica, sino, se corre el riesgo de que el momento escogido, al no estar avalado por un criterio científico, no se estructure como tradición y lo peor, se aniquile el fervor por la celebración al no hallarse un momento resumidor de la expresión que quiere conmemorarse.

Para definir el momento que acota la posibilidad de reconocer la aparición de un conglomerado humano, nada mejor que la historia, no obstante, para que esta cumpla su rol científico, debe quedar despojada de toda manipulación o interés grupal, dejándosele obrar en nombre de la "objetividad", luego podrán venir las apreciaciones, los juicios y lo "más conveniente", aunque no sea lo óptimo, pero incluso, en este instante de definición utilitaria, el apego al dictamen científico debe mantenerse, so pena de sucumbir tiempo después, al no ser representativo del espíritu colectivo en tanto se aparta del criterio de verdad, cuestión moral que marca, y seguirá marcado -por suerte- la moral de lo hombres por los siglos de los siglos. Así pues, para que este ejercicio científico y su posterior puesta en práctica se levante perdurablemente, el laboreo debe realizarse con total honradez. Debieran estampar en su frente todos los que asuman tal responsabilidad esta frase del Dante:

"Qui si conven lasciare ogni sospeto;
Ogni vilta convien che quisia morta".

Manzanillo, grata ciudad del oriente cubano, ha adolecido de una precisión científica en torno a su aparición; este hecho la ha privado de un importante motivo con el cual afincar sus rasgos esenciales y hecho brotar apreciaciones estereotipadas, además de equívocas, en cuanto a sus momentos primeros; sin embargo, por sus implicaciones, esta cuestión obliga a un minucioso examen crítico de las fuentes y del corpus teórico con el cual se ha tratado el asunto en cuestión. Vayamos por paso.

La difusión del modo de gestación de las primeras siete villas cubanas -legítimo por cierto-, al ser extendido en medios de prensa, escolares y hasta científicos, ha dado como resultado la creación maniqueista de un concepto que estipula que donde el Adelantado (puede ser también primer poblador) plante cruz y espada, levante choza y jure por Dios y el Rey, ya existe un pueblo. La asimilación acrítica de este mito ha empobrecido el estudio histórico de los orígenes de nuestras poblaciones, pues medir su eclosión del mismo modo en que se cuentan los días de los humanos, esto es, a partir del momento del alumbramiento, resulta hacer tabla rasa del rico y diverso decurso histórico cayendo en el equívoco de promover un canon para entidades distintas en tiempo, espacio y circunstancias. Ha sido este, y no otro, el criterio manejado a la hora de fijar el momento primario de Manzanillo.

Fue Jacobo de la Pezuela en su Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la isla de Cuba de 1863-66, el primero en seguir los senderos de la tesis supradescrita. Según el historiador español, "Manzanillo no existía todavía en 1780, pues su casa mas antigua, que es hoy la del resguardo, fue levantada en 1784 por Jose Nazareno de León"; tal afirmación, se retoma posteriormente en la Enciclopedia Cuba en la Mano de 1940, donde se dice textualmente: "Comienza su existencia [refiérese al pueblo] cuando el señor José Nazareno de León construye la primera vivienda [...]". Para 1943, la sentencia de la primera casa ya no está sola, ahora se le añaden precisiones y en libro Oriente Contemporáneo puede leerse que "En las antiguas provincias indígenas de Macaca y Guacanayabo, fundaron los españoles el pueblo de Manzanillo, el 18 de junio de 1784, dándole a dicho pueblo el nombre de Puerto Real, según aparece de un acta que al efecto fué levantada por el Arzobispo don Joaquín de Osés y Alzúa"; la afirmación, casi al calco, se repite en la Enciclopedia Popular Cubana de Luis J. Bustamante en 1948, cuando apunta: "El pueblo de Manzanillo se fundó el 18 de junio de 1784 en los terrenos de las antiguas provincias indígenas de Macaca y Guacanayabo, con el nombre de Puerto Real, según consta en el acta levantada al efecto por el arzobispo Don Joaquín de Osés, siendo el primero que fabricó una casa Don José Nazareno León". Como lastre curioso de todas las anteriores descripciones, está el adolecer de la fuente de la cual toman sus afirmaciones y ninguna ofrece, siquiera un renglón, del acta levantada por el ministro eclesástico.

El pionero en dudar de esta afirmación fue el ilustre puertorriqueño y primer historiador en propiedad de Manzanillo, Modesto Arquímides Tirado Avilés. En sus Efemérides de Manzanillo, con sencilla lógica histórica el autor acota que de "[...] existir ese documento [se refiere al acta], habría que ponerlo en duda, pues el citado prelado no tomó posesión del arzobispado de Santiago de Cuba hasta el día 29 de Abril de 1793, o sea nueve años después de la fecha del acta citada"; así pues, por una simple razón temporal no pudo el fray haber dejado constancia del hecho, además, la iglesia no poseía autoridad legal para levantar pueblos; tal prerrogativa era exclusivamente real. Sin embargo, Tirado se hace eco de lo expuesto por Pezuela al sentenciar que fue Nazario León quien construyó la primera casa, ocupada, con el devenir del tiempo, por la primitiva Casilla del Resguardo, poniéndosele a la rambla de su ubicación el nombre de León en honor al primer poblador manzanillero.

Una mirada a los restos de la hasta hoy creída primera casa de Manzanillo, nos revela una construcción de cal y canto, difícil de levantar por un sólo hombre debido a sus colosales dimensiones y cuya tipología arquitectónica no juega con los inicios de las construcciones de embarrado, guano, madera y yagua que signaron los albores manzanilleros, asimismo, es de dudar que el destacamento de ocho soldados y un cabo allí radicados para velar el contrabando, se decidiesen -por pura generosidad- a cooperar con este utópico colono; empero, más determinante que la anterior especulación, resulta el hecho de que la supuesta morada, levantada en la actual calle León y señalizada con una placa, no aparece en los primitivos planos de la naciente población. El 1ro. de abril de 1932, el agrimensor Julián de Huelves, extrajo del Archivo de Indias un plano con fechas limítrofes entre 1807 y 1820; en él no aparece mapificada la calle en cuestión, en tanto por ese lado, noreste, los límites llegaban hasta la actual calle Loynaz, o sea, dos arterias antes de llegar al posible sitio de emplazamiento, siendo ese lugar, según descripción planimétrica, "terreno cenagoso hasta donde llegaban los derrames del río Yara."

A lo anteriormente explicitado, se suma la llegada de José Nazario León a los predios del Monte de Manzanillo en 1789, al resultar designado en comisión por la Tenencia de Gobierno de Bayamo a raíz de la habilitación del puerto para el comercio de negros, y cuando Francisco Sánchez Griñán, subinspector del batallón de pardos de las milicias disciplinadas de infantería de Santiago de Cuba y la Villa de Bayamo, realiza por Orden Real un viaje de inspección costera por toda el litoral del Guacanayabo para buscar lugar propicio donde levantar un pueblo, no menciona, entre los tres vecinos encontrados en el Monte de Manzanillo, al susodicho Nazario León; no obstante, puede resultar posible que al instante de la inspección el navarro no se hubiese encontrado en los lares del futuro Manzanillo, pero viene a ser bastante improbable que un funcionario español, Griñán incluso sería con posterioridad Teniente Gobernador de Bayamo, no conociera la función que desempeñaba el sujeto en la zona, por ello, la no mención débese, más que a una ausencia, a que el Inspector lo consideraba un funcionario en comisión, no un poblador residenciado.

Después de este elemental ejercicio de crítica histórica basado en la comparación de fuentes, nos es posible afirmar que: 1.) la fundación de Manzanillo no data del 18 de junio 1784, 2.) el acta por la cual se da fe del hecho no existe, 3.) la primera casa, la de José Nazario León, no fue levantada en la fecha señalada, y 4.) la placa que distingue la primera morada se colocó a una construcción del siglo XIX, erigida -posiblemente-, en la tercera década de la centuria pasada. Llegados a este punto, estamos en condición de ofrecer, no imponer, una nueva, distinta también, hipótesis en torno al surgimiento de Manzanillo.

En 1817, el entonces gobernador de Santiago de Cuba Eusebio Escudero, en un memorial titulado Manzanillo. Principio de su fundación, el de sus fortificaciones, progreso de su Población y estado en Febrero de 1817, señala que "Esta población debió tener su origen en la Real orn. de 18 de Julio de 1792"; la afirmación del gobernador equivoca la fecha, pues la orden fue expedida 7 días antes, o sea, el 11, pero en esencia, es esta la fecha sobre la cual se propone el momento primero del proceso fundacional que da origen a Manzanillo, y sugerimos esta, puesto que el 23 de febrero de 1789, lo otorgado a Manzanillo es la autorización para ejercer el libre comercio de negros a través del puerto, en tanto eso era en aquellos momentos Manzanillo: puerto de la villa de Bayamo, nada más.

A inicios de la última década del siglo XVIII, la preocupación de la Corona Española por la obtención de maderas preciosas para sus astilleros y el monopolio de esta actividad económica, se vio regulada por órdenes reales que prohibían el corte de cedro y caoba junto a la designación de funcionarios en la isla para el reconocimiento de maderas para los arsenales. Fue precisamente a raíz de un informe del Ingeniero Jefe de Marina Don Miguel de la Puente , a su Majestad el Rey, sobre el contrabando de maderas en la ensenada de Manzanillo con ingleses, la razón de la emisión de la supradicha Real Orden de julio de 1792, cuyo corpus ordenativo indicaba solicitar a la corte londinense prohibiese el precitado contrabando, pues atacaba el espíritu de los tratados firmados por ambas cortes, asimismo, instaba a las autoridades británicas a que orientasen al Gobernador de Jamaica no extendiera licencias de navegación sobre las costas de Cuba; terminaba el real mandanto encomendando al Capitán General "[...] disponga el modo de hacer una pequeña población, si no la hubiere, en el sitio donde nuestra Goleta encontró un establecimiento para cortar madera [...]".

Para cumplir en Cuba la disposición real, fue designado Francisco Sánchez Griñán, quien -en 1793-, después de realizar un exhaustivo recorrido por la costa del Guacanayabo y teniendo en cuenta la feracidad del Monte de Manzanillo y abrigado de su ensenada, consideró aquel sitio adecuado para levantar allí la población; empero, como los varaderos destruidos en 1792 habían sido en Vicana (hoy Media Luna), la propuesta considerada para levantar el pueblo fue la de Don Francisco Xavier Infante, dueño del Rincón de la Sabana de Vicana el cual brindó sus predios para el propósito fundacional. Al año siguiente, 1794, Manzanillo adquiere la categoría de Puerto Menor (23 de marzo) y Sánchez Griñán propuso a la corona soluciones importantes para el levantamiento del pueblo sin gasto del erario real, cuestión esta que marcaría el nacimiento de Manzanillo, en tanto la corona adujo siempre la falta de numerario para consumar el empeño.

Los jugosos dividendos aportados por el puerto a raíz de su declaración con la condición de menor y la necesidad de cortar el comercio de contrabando, ocuparon de nuevo la atención Real. El 5 de febrero de 1795 y firmada en Aranjuez, se expide otra Real Cédula que con el título "Para que de acuerdo con el Capitán General se procure establecer una población en el paraje titulado el Manzanillo", se insistía en la erección del poblado sin gastos de la Real Hacienda y aún manteniendo el sitio de Vicana; sin embargo, para noviembre de ese mismo año, el Márquez de Guisa propone levantar la población en Manzanillo y no en Vicana por los gastos que acarrearía levantarlo en este último punto, además, las mejores condiciones de aprovisionamiento de agua y comercio favorecían el enclave manzanillero. Se imponía la lógica y la vida; los primeros balbuceos de la futura villa de Manzanillo no tardarían en aparecer.

Por discrepancias en el control de los dividendos aportados por el embarcadero entre el Marqués de Guisa y José Nazario León; Francisco Sánchez Griñán, ahora Gobernador de Bayamo, se vio obligado a aceptar la renuncia de este último y en su lugar nombró a Juan Sariol, quien, sin aún haberse levantado la batería que defendería la naciente población procedió a principios de 1797, con licencia del Capitán General y del Teniente Gobernador de Bayamo, a levantar un almacén representando a su Majestad; este mismo almacén fue robado en febrero del 97 y según Eusebio Escudero, era "el único edificio con que allí se contaba en 30 de agosto de 1797", fecha en la cual, Sariol solicitaba se le otorgase la gracia de Capitán Poblador.

En 1798 se consumaría definitivamente el proceso de eclosión del pueblo, en tanto sería este el año, en que contando con una rudimentaria batería y casa-fuerte construida esta última gracias a la laboriosidad de Juan Sariol, se rechazaría por vez primera un ataque al puerto de Manzanillo. La defensa del enclave marítimo -participaron en él además de las fuerzas regladas de milicia de Bayamo, 21 yarenses y 19 dueños de hatos sitios y corrales aledaños-, le valió a Sariol para que el Rey le confirmara, en julio de 1799, el nombramiento de Capitán de la Compañía Urbana de Manzanillo y Comandante de la Batería, gracias otorgadas por el Capitán General en octubre del año anterior.

Así, doloroso y jadeante como todo parto, resultó el advenimiento de Manzanillo como sitio de asentamiento al conglomerado de la nación cubana. La gestación, iniciada el 11 de julio de 1792 y consumada en tanto entidad tangible ya en el ocaso diocechano, daría un espacio geográfico y humano de cualidades peculiares que, incidiendo de manera decisiva en la modificación de las estructuras económicas, políticas, sociales, mentales, en fin culturales del país, ha hecho de su decurso histórico, fuente insoslayable para acercarse al conocimiento y desentrañamiento de las claves más sólidas y distintivas de la nacionalidad e identidad cubana.

Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.