Palabras en la muerte de Julio Sánchez Chang.
Escribir sobre un contemporáneo -especialmente si ha muerto-, comporta un reto; preciso es no adular para ganarse el respeto de quienes lean y conocieron al ser humano; tampoco debe pecarse de acerbo pues cobardía es demeritar a quien ya no puede defenderse; por eso, lograr que el verbo sea recto y albo es el empeño de quien cree, como José Martí, que la palabra está para decir la verdad, no para encubrirla. Todos los días mueren seres humanos; también los matan, pero no todos los días muere un poeta, aunque escribir poesía no es suficiente mérito para trascender, hace falta -además-, haber obrado bien, y Julio Joaquín Sáchez Chang, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el Manzanillo cubano, logró combinar ambas cualidades, obró lo mejor que pudo, por ello hizo poesía.
Julio nació en Manzanillo de Cuba el 4 de julio de 1958; su abuelo, un chino de Cantón, dueño de la tienda «La Gran Muralla», había contribuido a la brillantez de los carnavales allá por el año 1934 y su nieto vivía orgulloso de ello. Julio tenía por segundo nombre Joaquín, en honor al padre de su madre que había castellanizado su gracia con dicho sustantivo, aunque mantuvo fiel la denominación de sus ancestros: Chang Seng. Julio era, por tanto, resultado de lo que el presbítero Carlos Manuel de Céspedes García Menocal llama con toda razón ganancia neta de la cultura cubana: el mestizaje.
El muchacho, huérfano en la adolescencia, sintió la ausencia paterna; por ello, su madre fue madre y también todo, no es de extrañar que sus versos y vida tuvieran el sello de Evangelina: su "mama", como solía llamarle y cantarle. Julio se formó como Profesor de Historia, pero Clío no lo conquistó, fue Erato quien movió su pluma y clavó en su ser para siempre el sentido de la lira, del verso, ya libre, ya rimado y de ese maridaje brotaron Génesis (1990), Los espacios que habito (1991), Los ojos del que vuelve (1997), Desde lo alto de mi sueño (2002), Palabras para el sordo (2003), Nihgt Game (2003), además de viabilizar su inclusión en varias antologías: Al Sur está la poesía (1998), Poesía Cubana (1995), Anuario de Poesía de la UNEAC (1994) y Silvio, te debo una canción; sin embargo, como la frontera entre verso y prosa resulta tan volátil por cuanto las musas se disputan de cuando en cuando un regazo para simiente, decidió compendiar poesía de la Guerra de Independencia (texto inspirado en la obra de Serafín Sánchez Valdivia, Mayor General y compilador de poemas), bautizada como Flor de la Guerra. Antes, de conjunto con Delio G. Orozco González había escrito Manzanillo. La Perla del Guacanayabo, humilde tributo a la tierra de sus natales; mientras con Silvia Marinas acordó prologar y juntar, con el nombre De Cuba traigo un cantar, canciones y poemas de Carlos Puebla. Al instante de su muerte preparaba una novela a la que había titulado Pabilo.
Para finales de la década de los 80 del pasado siglo XX, Julio había abandonado el magisterio y junto a poetas y músicos, en largas jornadas bohemias, comenzaron a dar cuerpo en la ciudad a la Brigada Hermanos Saíz, hoy Asociación Hermanos Saíz (AHS); y como agradecer es signo de bien nacidos -tiempo después-, los jóvenes creadores le reconocieron con el título de Miembro de Honor de la AHS. Comenzó a trabajar entonces en el Centro de Promoción de la Cultura Literaria Manuel Navarro Luna y desde allí, contribuyó notablemente al rescate y promoción de la letras, el movimiento autoral y la realización de la Vigilia Martiana, patriótica tradición que debió su origen a Juan Francisco Sariol y al Grupo Literario de Manzanillo un 27 de enero de 1926.
A pesar de los pesares -para decirlo a la manera de Eduardo Galeano-, Manzanillo logró colocarse entre las ciudades más importantes de Cuba durante la primera mitad del siglo XX: su literatura, su comercio y su arquitectura daban fe de ello; luego, languidece; los artistas pelean y Julio los acompaña: forma parte del proyecto que por poco tiempo dota a la ciudad de una revista cultural (Áncora), mientras milita activamente en el Consejo Editorial que ofrece a la luz, a través de Ediciones Orto, abundante letra útil y generosa.
Un instante de gracia vale por años de abulia y Julio siente la necesidad de romper el marasmo. Pasa a formar parte del Comité Municipal de la UNEAC que, desde hace muchos años radica en la ciudad; empero, como institución beduina, desanda sus calles sin residencia fija. El poeta va a un congreso de la organización e impetra de los poderes estatuidos el otorgamiento de una sede: ofrecen la casa y Julio lleva una cama para el lugar, quiere evitar sea ocupada. Trabaja, trabaja mucho, parece un constructor, pero su condición física no le acompaña, sólo la fe le sostiene; por fin, en junio de 2005 se inaugura la sede de la UNEAC en Manzanillo: la casa de todos los artistas, de todos los intelectuales, como solía decir.
Diariamente se le veía ir de una casa a la otra, cordial, afectuoso, jaranero también, no era adusto teutón ni flemático inglés, era cubano y manzanillero; por eso, cuando el 16 de agosto de 2011 (Día de San Joaquín), emprendió viaje sin regreso producto de un accidente cerebro vascular, quiso que las notas de «El Jorocón», primera composición expresa para órgano salido de ese genio musical que fue Carlos Borbolla, lo despidiese. Su cuerpo iba en carroza fúnebre, pero su espíritu iba a pie: delante, Elegguá, Julio se apoyaba en las muletas de Babalú Ayé; quizás Ochún le prestaría el caballo; pero el sabía que el camino debía hacerlo a golpe de fe. Y así fue, tuvo fe en su tierra, en su cultura y en su gente; y ellos, no sólo le quisieron, sino, que en crecido número le acompañaron y lloraron, conscientes al mismo tiempo de que crear es el tributo más hermoso que pueda rendirse a un hombre porque como dijo ilustre novelista: la muerte no es más que un cambio de misión. Julio Joaquín cumple ahora otra misión.
Fecha de publicación Enciclopedia Manzanillo: 2014.