En el renglón de lo comestible hay especialidades que sin duda alguna están unidas en Cuba a la mención de sus respectivos pueblos, como "los ostiones de Jagua", "el congrí de Santiago de Cuba", "las guayabitas del Pinar", "los frijoles negros de La Habana", "las croquetas de Jamaica", "el queso blanco de San Felipe", "las ciruelas borrachas de Bayamo" y "las lisetas fritas de Manzanillo".
Entre finales del siglo pasado y mediados del presente, ¿qué artista, viajante, aventurero, familiar o cualquier huésped de la villa, no conoció y degustó de las Lisetas de Manzanillo convirtiéndose al instante en fanático de su delicioso sabor?, ¡y con razón!, pues poseyendo pocas espinas, fáciles de extraer, después de frita en aceite de oliva y todavía caliente, es bastante suave aunque no tanto como "el colorado"; si se come fría el gusto es resaltante aunque siempre apetecible. Su acompañante ideal es el casabe mojado cuya función es recoger la grasa y atemperar su sabor marino.
Era comida poco elegante cuando se comía con casabe en las manos; pero, ¡que deliciosas son!, se degustaban de tal forma que se podían comer varias sin que nos llenáramos los dedos de grasa. Sus espinas no muy finas representan un atractivo para los comedores de pescado. Otra de las virtudes de la liseta consistía en que al día siguiente de ser cocidas, resultaban ideales para hacerlas con arroz, entre el amarillo del arroz resaltaban sus cuerpos largos y cilíndricos de color de plata, éste arroz también se hacía con ruedas de "sierra" o de "serrucho".
Las lisetas grandes poseen las famosas "huevas de liseta", las que por su consistencia suave y delicada, gozan de mucha fama entre los pescadores y los amantes de estas comidas y los "gourmets" del patio sin ser pescadores.
Como todos los pueblos que poseen una especialidad alimenticia definida, en Manzanillo se fomentó su aureola, formando la frase de que se debía comer la liseta, pero no su cabeza, pues quien por primera vez lo hacía, quedaría por siempre sujeto al embrujo de su sabor; la advertencia se hacía no exenta de malicia ya que sugería que siendo tan sabrosa hasta su cabeza se podía comer.
El principal promotor de la liseta frita y de su dicho popular, fue el español Juan González Sánchez, más conocido popularmente por "Juan Singandella", el cual, nacido en 1824 en Villa Llanes, Oviedo, Asturias, emigró desde muy joven a Cuba, estableciéndose en Manzanillo, donde construyó un pintoresco quiosco de forma octagonal, de dos plantas (esa era su residencia) con techo piramidal y elegantes adornos estilo pagoda china, en los terrenos del litoral al lado de los muelles, apróximadamente entre las calles de Masó y Maceo. Este quiosco se hizo famoso al estar situado en la entrada marítima de la villa y de la vasta cuenca del río Cauto. En él se adquirían infinidad de chucherías artesanales por parte de los trabajadores del puerto, los viajantes en tránsito para La Habana, Santiago y otros puntos de la isla o del extranjero.
En dicho quiosco desde el siglo pasado, estableció la venta de "lisetas fritas" las que se hacían en sartenes, haciéndole "agua la boca" a los transeúntes con su delicioso olor.
Juan Singandella que era un hombre ocurrente y dicharachero, para hacerle propaganda a sus lisetas, creó el famoso dicho de nuestra ciudad de que "el que come la cabeza de liseta frita se queda en Manzanillo".
Singandella falleció en Manzanillo en 1910(1) a los 85 años de edad y al morir le dejó el quiosco a su empleado Higinio Coterón y a la ciudad le legó el dicho tan famoso de sus lisetas fritas, que ha perdurado a través de varias generaciones de manzanilleros.
Nota:
1.-Singandella no pudo haber muerto en 1910, porque en 1916 lo entrevistó en el Sanatorio de la Colonia Española la escritora Eva Canel. Véase el libro, Lo que vi en Cuba (A través de la Isla). Imprenta y Papelería "La Universal", La Habana, 1916. (Nota del Equipo Enciclopedia Manzanillo)
Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.