Reflexiones sobre la crítica de arte, a partir de una crítica radial hecha sobre la premiación del Salón 10 de Octubrede Artes Plásticas del año 2006.
"Quien tiene el derecho de criticar debe tener el corazón para ayudar".
Abraham Lincoln.
La revista radial "Que tal Manzanillo", de la emisora Radio Granma en esta ciudad, ha asumido de forma, quizás experimental, el ejercicio de la crítica de arte por medio de especialistas, o simples conocedores de los temas que pretendidamente pueden ser objeto de análisis; este hecho también ha sido promovido por la UNEAC que nos propone otro espacio con un título muy sugerente: "El Termómetro" que acontece en los predios de aquella filial, y digo experimental porque todavía faltan zonas de la cultura artístico-literaria por abordar, que mucho esclarecería el panorama actual de las diferentes disciplinas del arte en nuestra ciudad; este hecho ha sido inédito en los medios, salvo honrosas excepciones de ocasión en ese mismo espacio. Felicito y agradezco esta oportunidad que nos brinda la dirección de dicho programa, y así mismo a Radio Granma en Manzanillo, con la anuencia de la UNEAC. Tal acontecimiento nos replantea un grupo de interrogantes que, como es lógico, tendrían que ser respondidas como especie de premisas básicas para asumir una crítica de arte, a través de un medio de comunicación masiva.
¿Somos todos los que ejercemos el derecho al micrófono o las cámaras verdaderos críticos de arte? ¿Poseemos conocimientos sólidos sobre arte y literatura para ejercer la crítica? ¿Podríamos opinar y ejercer el derecho al criterio en cualquier disciplina del arte, indistintamente, sólo porque tengamos la posibilidad de comunicarnos por los medios? ¿Son nuestras palabras verdades reveladas? Esta sucesión de preguntas merece un análisis mesurado, y al mismo tiempo atípico, porque de lo que se trata no es de la crítica a la sociedad, ni siquiera a la cultura, si se entiende por cultura el concepto más amplio, de doscientas y tantas definiciones que ha enumerado la UNESCO; de lo que se trata, estimado lector, es de la crítica de arte que redefine, propiamente, al objeto de cualquier estructuración analítica en este aspecto.
Para cualquier creador -para mí también- resulta loable que fluya el criterio en torno a la obra de arte, a sucesos locales, a momentos significantes del devenir artístico de la ciudad, trátese de salones de artes plásticas, eventos de audiovisuales, obras del séptimo arte, talleres de crítica y creación literaria, o todo el muestrario donde el ser humano se agita en nombre del arte y la literatura; y es loable, ya que pocas veces escuchamos un criterio sagaz, exacto, complejo, o tampoco se nos da, en muchas ocasiones, la oportunidad de conocer de otras lecturas que los perceptores realizan de nuestra creación; en fin de cuentas el arte responde a su carácter polisémico, tanto en la creación como en la percepción; este dato resulta importante, porque cuando se le pide a un artista que sea claro, diáfano, limpio, transparente, y responda sólo a la función didáctico-pedagógica del arte, sencillamente, lo que se le está pidiendo al creador es su suicidio artístico e intelectual, se le está pidiendo que convierta sus inquietudes estéticas en puro panfleto.
La crítica de arte sería algo así como un corpus vitae donde otros creadores (los críticos), se dedican a la interpretación de cada obra, al desmonte y análisis "inteligente" de esa creación, nótese que subrayo y pongo entre comillas la palabra inteligente, porque este ejercicio es harto difícil si se tiene en cuenta que, para desarmar como piezas de relojería una obra de arte, se necesita un conocimiento de leyes, reglas, lenguajes, sintaxis, códigos y hasta estados vivenciales en los cuales se mueven los resortes utilizados por el autor, por estas interrogantes y estas razones, se imponen posiciones de entendimiento como objeto primordial de la crítica artística.
La crítica es un acto de aprendizaje donde concurre un intermediario (el crítico) es la ocasión propicia para la interpretación del especialista mediante herramientas que luego pondría en las manos del receptor y lo hagan crecer espiritualmente como destinatario final de un discurso que pretende emocionarlo, conmocionarlo, estimularlo, interrogarlo, sacudirlo y como la obra de arte influye en lo puramente subjetivo y por tanto espiritual, la crítica de arte tiene que servir para ese mismo crecimiento, como es lógico, quien recepciona la crítica tiene toda la libertad del mundo en asumirla o no, y esto depende de sus necesidades artístico culturales o simplemente su vagase cultural o sensorial no existe la obligación de compartir criterios, lo que es obvio se comparte sin necesidad de tales esclarecimientos.
La crítica no sólo debe ser de consenso o disenso, esto sería muy banal, lo cual me recuerda la reseñita de pacotilla o gacetilleros de las páginas amarillas de las revistas Carteles, Vanidades o Bohemia, editadas antes de 1959, o la galopante prensa dedicada a la "chismografía" en los países donde radica la gran industria y los grandes emporios del entretenimiento. La crítica es esa especie de respiración de la inteligencia que pretende alumbrar al público, mostrar luces y sombras de una obra, pero sólo a través del conocimiento; es por ello que soy un amigo a ultranza de la especialización en el ejercicio del criterio o de la crítica, un amigo apegado a la creencia de que sólo se puede criticar lo que se conoce, para decirlo de una manera más humorada, utilizando una analogía: desconfío del oculista que pretende diagnosticarme fallas en la próstata; por otra parte, el público esta ávido de que se le hable utilizando toda la terminología propia del medio, y es hasta necesario que estudie estos términos, sobre todo ahora, en medio de la masivización de la cultura, pero ojo, porque el crítico debe rehuir de esos momentos de cantinfleo que nada aportan al acervo cultural y personal del espectador, de lo contrario se crean zonas de incomunicación que son propicias para la risa de los criticados y hasta de otros críticos; el usar palabras bonitas más o menos rebuscadas, adjetivos interesantes, es lícito, pero cuando todas ellas no evalúan o califican con justeza, se convierten en estorbos que sólo vienen a engañar a los destinatarios de la crítica.
Por otra parte la crítica de arte a priori, sin una debida investigación, esa crítica de salones, de pasillos, de esquina, resulta interesante escucharla, sin embargo, no es publicable en ningún medio de difusión, por mucho derecho que tengamos al uso de ellos. Para ejercer la crítica de arte se tiene que poseer una autoridad intelectual que valide los puntos de vista puestos a consideración de las personas, y tiene que estar respaldada por un gusto que suponga un acto de solidez cultural. La crítica festinada, hormonal, no es confiable.
Criticar en el arte es un acto parasitario -recuérdese las orquídeas-, sólo cuando los artistas han terminado, es posible comenzar esta otra forma de creación. Todo acto de análisis, inteligente también, es creación, y por ello el crítico debe aspirar a que sus aportes en la recepción de la obra, a que su propia interpretación de ésta, se convierta en otra obra, en otro aporte artístico o literario, independientemente de la obra que dio origen a esa interpretación.
Muchos confunden la enumeración de datos, hechos, y opiniones personales de ellos o de los artistas, como muestra de críticas plausibles en los medios intelectuales; en Manzanillo tampoco se escapa a este fenómeno; otros principiantes en la formulación de la crítica me han dicho que, hacerla en público, les ha traído muchos problemas personales, debo confesarles, más bien recordarles a estos amigos, que la crítica no es asunto de chismes de solar, y que si alguien es capaz de molestarse frente a la crítica de arte es, sencillamente, aquel que -errado al fin- pensó: "soy Dios"; o el otro, el cómplice, porque sabe que ese crítico no reúne los requisitos y sólo pasa por impostor o impostora.
El utilizar muchas libertades o licencias poéticas dentro de la crítica, que no contribuyan a calificar, comparar, o en su conjunto, a evaluar la obra de arte, o sencillamente, la propuesta audiovisual, demuestra un claro desconocimiento del acto de criticar, del acto de impugnar legítimamente un hecho cinematográfico y también extra cinematográfico, si tal fuera el caso. En modo alguno estoy contra la belleza de lo que se dice al momento de ejercer la crítica; utilícese como vehículo el uso de cualquier metáfora, símil u otros recursos literarios para expresar lo que hay que decir, pero esto no se le está dado, con la misma gracia, a todos por igual; quien subscribe el presente trabajo ha intentado apropiarse de un estilo donde el superobjetivo sea comunicar lo que se piensa, por encima de cualquier intención, y de no poner en absoluto su gusto personal por encima del criterio avalado por el conocimiento de las reglas, sabiendo que las reglas se pueden destruir o romper para ser de nuevo construidas, lo que viene a corroborar el siguiente aforismo: la excepción de las reglas no sólo viene a confirmar la existencia de las mismas, sino cómo se explica qué es lo que estamos rompiendo para volver a realizar.
La crítica puede ubicarse en el campo de la especulación, de la investigación y de un cierto misterio que la hace posible desde la impresión misma hasta el análisis de la obra, que guarde una relación intertextual con otras experiencias recibidas por otras obras, o formas creativas del arte en general, (literatura, teatro, artes plásticas, música) en definitiva el propio cine es síntesis. Cuando sentimos esa relación entre el cine y esas otras manifestaciones artísticas, estamos entonces ante el misterio y el asombro de la creación; les confieso que es sólo entonces cuando amerita tomarnos el tiempo necesario para, después del primer espasmo estético, desentrañar lo que es para nosotros significante, encontrar sin querer de forma alguna, traducir, o darle una lectura unilateral y personal al discurso disfrutado, porque el disfrute estético es indescifrable, el arte no es para ser entendido, es para ser sentido, si no de qué forma podemos valernos para explicar la gama de sensaciones de manera tal que el perceptor de la crítica las reciba idénticas a nuestras reacciones emotivas, cuando sabemos que no somos iguales y que nuestras memorias emotivas y sensoriales tampoco son idénticas; no, tampoco somos traductores o conductores de sensaciones originarias, a lo sumo, debemos aspirar a ser intermediarios dejando en libertad toda la capacidad sensitiva del perceptor, que de acuerdo a su relación con el arte, la realidad, y la vida le dará cobijo o no a esa otra experiencia del espíritu humano.
En modo alguno he venido a congratularme con el "síndrome del qué bien estamos" o "qué buenos somos" con el cual muchos artistas o seudoartistas se apresuran a encaramarse rápida y últimamente en el pedestal de "p-e-r-s-o-n-a-l-i-d-a-d-e-s" que tanta vanidad implica y que tanto afecta a Manzanillo, pero tanta desproporción y pretensiones que sólo quedan en la epidermis del fenómeno socio-cultural sí me inquietan, en tanto esto nos aleja de la verdadera discusión sobre y para el arte.
En otras ocasiones he visto y oído con profunda consternación verdaderas tesis de carrera pasar como puros ensayos de cine, incluso con su aparato crítico sin adecuar, o su estructura metodológica intacta, lista para el tribunal de evaluaciones de cualquier universidad, pero desprovista de la estructura para ser digerida, o potables para el receptor y que, por supuesto, no están listas para ser publicadas en revistas, eventos, o libros sobre las diferentes temáticas del cine.
Las fuentes bibliográficas existentes son insuficientes y no hay tampoco cánones, paradigmas, esquemas únicos por donde orientarnos hacia una forma eficaz de construir nuestro discurso crítico sobre cualquier obra, es por ello que también aprecio cierto mimetismo hacia determinados autores y críticos, que en nada validan nuestra propia identidad creativa, pues al imitar a estos críticos nos perdemos el placer y el derecho de encontrarnos a nosotros mismos para crear nuestro propio estilo.
En muchos casos modélicos de críticas, he podido percibir una mezcla de códigos que nos recuerdan a ratos a Carpentier, Lezama, o al popular columnista televisivo Rufo Caballero, ¿cuánto trabajo el de sincretizar y sincronizar a gente tan ilustre? Tal parece, para los que siguen ese camino, que la sombra no permitirá al nuevo retoño, crecer.
La cultura del debate debe extenderse como forma de discusión estética, artística y de maduración intelectual, en una cultura como tal, la ganancia significa el sentarnos a razonar, aunque ello no implique llegar a acuerdo alguno; pero es seguro que quienes sean capaces de asumir tal pluralidad, encontrarán el beneficio de la duda, y la pregunta perenne que salva al artista, porque cuando un creador haya encontrado todas las respuestas posibles, sencillamente, ya no es artista.
No hay academias de crítica de cine, no hay título de críticos de cine, sólo existe algo más profundo, aún más inquietante que la crítica misma, hay obras de arte por criticar todavía, en ocasiones las críticas realizadas han sido superiores estéticamente a la obra examinada, y en otros momentos, la crítica ha fallecido prematuramente, porque el tiempo, "el implacable", le ha extendido su certificado de defunción, y la obra objeto de requisa ha sobrevivido a la erosión del dios Cronos.
No quiero siquiera que estos apuntes pretendan ser conclusión alguna del tema que se aborda, sí, una humana reflexión sobre lo aportador que sería tener en cuenta cualquiera de estos apuntes para una crítica de la crítica en nuestro entorno citadino.
Nota del autor: Este trabajo es una síntesis de la ponencia de igual nombre, presentada en el mes de noviembre de 2006, en el marco del Festival de Cine de Invierno que se efectúa cada año en la ciudad de Santa Clara, Villa Clara, con la cual el autor se adjudicó el primer premio de la crítica del evento teórico "Raúl Rodríguez González".
Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.