Poema donde la figura de Manolo, personaje costumbrista, es el interlocutor en un discurrir por la ciudad y sus signos.
A Pillín Figueredo.
Manolo es un tipo
que no se quedó en el tintero
se plantó frente al mar
con el dolor de la partida,
sin partir.
Tiene sobre sus hombros
el peso de un amargo adiós
el Café 1906
la armónica de Paulino
rechinando melodías
en sus oídos
la banda de música
de todos los domingos
el desfile de los jóvenes
alrededor de la glorieta
de califas y odaliscas.
Manolo es el mismo
que saborea una taza de café
en los rincones del
alma aunque no haya estado en París
y no visitara Notre-Dame
ni las cataratas del Niágara.
Es el espectador
que aplaudió delirantemente
después de cada baile afrodisíaco
de Tongolele
o de la actuación inigualable
de Pedrito Rico.
Que se bañó con Pillín
y otros tantos de la pandilla
en aquella parte de la playa
a la que llamaban La Pocita
que se quedó sin publicar
en la imprenta El Arte
los poemas de amor que una vez soñó
sin saber a dónde fueron a dar
Paco, Perico, José Ramón
y la mujer de Antonio
y si era cierto aquello
del camión con el órgano
y las talúas en parranda.
Manolo se afana
adueñándose de la noche
con su filosofía
de rey de los noctámbulos
que sacian el hambre,
la otra
con el aroma de las panaderías
porque ha quemado las calles
en un sogón
con la Sonata de San Joaquín
y los ritmos de una orquesta muy Original.
En la quietud de las sombras
oye la voz de Luis Carbonell
como un suave murmullo
de palmeras
meciendo en su hamaca
a una mulata que duerme siesta
después de haber pescado
la luna en el mar.
Manolo,
es el mismo tipo simple y sencillo
que rompe la desmemoria
porque escribe
con la tinta del corazón.
Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2010.