Inicio - PERSONALIDADES - Religiosos

Emelina Alarcón Alba.

Autor(es):
Delio G. Orozco González.

Notas biográficas sobre la espiritista Emelina Alarcón Alba.

1603.jpgEnedina Eugenia Alarcón Alba era su verdadero nombre; pero, desde muy pequeña comienzan a llamarla Meya; otros le decían Mely, para definitivamente trastocarle la gracia y comenzar a nombrarla Emelina, apelativo que sirvió para que todos la conocieran.

Su barrio natal fue Santa Elena, y nació en Manzanillo el 8 de enero de 1923. Años más tarde, en 1948, se muda para la casa en que vivió, sirvió y murió; o sea, Concepción 281, esquina Tivolí.

Las ausencias la acosaron. A los 6 años quedó huérfana de padre; la progenitora, entonces, hace de padre y madre, resultando su magisterio el de una fuerte matrona que educa a sus 7 hijos en reglas morales de rectitud y educación familiar; sin embargo, cuando Emelina tiene 14 años, la muerte la arranca de sus costales. Debe entonces, la jovencita casi niña todavía, dedicarse al cuidado de sus hermanos menores, acaso por eso y otras razones, sólo logra vencer la educación primaria.

En su medio familiar más estrecho, la práctica de la fe espírita no fue un hecho que hubiese podido influir su vocación; empero, tenía el don, y a los 5 años anuncia a su madre el deceso del abuelo.

Las enfermedades y el dolor, en cierto modo, enrutaron su fe y devoción. Cuando tenía 14 años, justamente el año de su orfandad maternal, comienza a padecer una úlcera; sin embargo, la visión de un viejito que le dice: “si me cumples te cumpliré”, provoca que todos los San Lázaro, descalza, le diera la vuelta a  los que llegaban a su casa. Para ese entonces, las caridades resultaban esporádicas.

A los 23 años, después de seis años de noviazgo -como solía ser-, contrae nupcias con Germán Caballero SOA, natural de Manzanillo, el 20 de septiembre de 1947. El primer hijo fu Roque; quien,  a los 8 meses de nacido fallece, la segunda, después de 10 años de matrimonio es Concepción, Germán, conocido como TAO es el tercero, le sigue Emiliana del Pilar y el último -el quinto, el más pequeño, Carlos Rafael, a quien decían Carloni-, se le va a los 3 años, era ciclémico.

Seis meses después de haber nacido TAO, este enferma, y los galenos no pueden diagnosticar la causa del padecer; entonces, Romárico Arjona, curador de varias generaciones de niños, sugiere llevarlo a La Habana, donde le diagnostican Ciclemia, dándole una esperanza de vida de sólo medio año. De vuelta en Manzanillo, la presencia del espíritu de Jesús Pérez -en vida había sido médico-, de origen español, le ofrece la receta para curar a su hijo: darle a tomar manteca de corojo por largo tiempo y cumplir una misión: poner un templo o dar caridad, Emelina escogió lo segundo. La pena y el sufrimiento forja hombres, también mujeres; además, que no haría una madre verdadera para salvar un hijo. Ella no fue excepción; sino, confirmación de la regla.   

En el mismo año de 1960, comienza a dar caridad; al principio decía la causa de los problemas, pero con el tiempo desiste de tal práctica, porque de nada valía adivinarle al afectado lo que este conocía, era mejor -también la razón de su obra-, solucionar, aliviar, curar y como Dios manda, nunca cobró lo que le fue dado para bien de la humanidad, ofreciendo la caridad todos los días, a cualquier hora.

De algunos elementos de culto se valió, primero, una copa, más tarde un vaso, finalmente, sólo su don y la palabra. En el cuarto guardaba cuatro íconos: un San Lázaro, una Virgen de Regla, la Caridad y las Mercedes. 

TAO muere el 8 de noviembre de 1992 y horas antes del deceso del hijo, recuerda que el espíritu le había dicho que el vástago sólo le duraría 33 años (edad mesiánica); a pesar de ello, no abandona su práctica; pues, hacer el bien es la más hermosa de las adicciones.

Una vez al año, hacía una misa familiar, y por razones de enfermedad familiar, pedía asistencia mayor realizando un cordón; mientras, su ser guía le orientaba recorridos para ofrecer la caridad.

Antes de partir, tuvo todavía que soportar la pérdida del esposo (murió el 6 de diciembre de 1998); empero, 51 años de matrimonio, orlados de mutuos respetos, admiración y consagración a la familia, mitigaron en no poca medida sus penas. La música, lenguaje universal, le atraía, sobre todo el danzón -signo identitario cubano-; por eso, no era extraño verla acompañada de su compañero en las veladas de la Sociedad Maceo, donde disfrutaba de esa pieza que lleva por nombre «Fefita».  

La sencillez de su carácter no le impedía inspirar respeto, y más que por presunción, por autoestima, se arregló siempre, haciéndose acompañar por aretes, prendas estas sin las cuales no salía a lugar alguno; sin embargo, la pintura en el rostro no fue su fuerte. Hay, sin duda alguna, cierto pudor en el dolor.     

El radiante, ejemplar llamativo de la flora cautivó su atención; en tanto, era la especie preferida de su espíritu, y su casa, siempre, pudo verse adornada con arreglos florales; por eso, este tributo terminará con flores sobre su lápida, porque una manera de respetar, elevada por cierto, es enaltecer la memoria por medio de la belleza, y justamente, resulta la naturaleza, el medio más espectacular de toda grandeza, creación y obra de Dios que de seguro ha permitido al espíritu de Emelina, llegar hasta aquí para compartir con familiares y amigos un cumpleaños más; pues, como afirmó José Martí, “la tumba no es término; sino, vía”.   

Nota: Este esbozo biográfico fue leído el día de enero del 2005, al cumplirse el 1er. aniversario de su desaparición física, en ocasión del develamiento de un busto en la Necrópolis municipal. (Nota del Equipo de Enciclopedia Manzanillo). 

Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.