Escoltado por dos dujos*, se yergue. Atado fuertemente al madero no puede escapar de las llamas que trepan por sus piernas. El rostro adolorido transparenta triunfo. No iría a morar en un “más allá” adonde fueran los verdugos. Sus cenizas quizá volaron con el viento hacia sitio innombrado. Mas, su presencia quedó allí, a contrapelo del tiempo, como paradigma.
Por encima de disquisiciones entre historiadores, lo esencial pervive. Posiblemente el tamarindo plantado en 1906 por los veteranos de la guerra de independencia, no señale el lugar exacto donde fuera quemado el cacique Hatuey. Sin embargo, Yara hace honor al primitivo rebelde. La memoria del quisqueyano se perpetua en personas cotidianas y, también, en el monumento a él levantado.
En el mismo centro de la población, a un costado del parque Céspedes, la estatua de de 3,50 metros de altura, fundida en hormigón, resulta imponente. Wilfredo Milanés, el autor, no se esmeró únicamente en sobredimensionar el tamaño buscando magnificencia. De la misma manera trabajó al detalle aspectos como la expresión facial, para comunicar sentimientos, para trasmitir posiciones firmes e irrevocables.
¿Sería en realidad es la cara del indígena en el crucial momento?, preguntarán los escudriñadores. Imposible saberlo a ciencia cierta. Empero, las crónicas dan testimonio de un hombre conocedor de a qué se había enfrentado y por qué era sometido a tan cruel muerte. Los ojos tal vez rebuscaron en el infinito azul, el consuelo de un dios ajeno a los "civilizadores" europeos.
La gigantesca figura, sin dejar de constituir el elemento principal, es portada de un conjunto donde están unidos historia, tradición y arte. La arquitectura fue esgrimida por el proyectista Pedro Pablo Ramírez para señalar etapas del devenir local. Los siglos XVII y XVIII, símbolos de la colonia y de la conformación de una identidad, son dados de esa forma: tejas, ventanas de barrotes de madera, rejas con motivos a la usanza de la época, faroles, arcos de medio punto…
El monumento, definitivamente, se torna institución cultural por sí sola. La sala de exposiciones transitorias, puede dar espacio a múltiples muestras de diversas naturalezas. La plaza, imitación de una colonial, a pesar de su pequeñez invita al disfrute de tertulias, descargas y conciertos, entre otros hechos.
Insertado convenientemente en el entorno urbano y realzándolo, el conjunto todo es alusión directa a las raíces de los yarenses, que son las de los granmenses y de los cubanos en general. Nadie podrá visitar a partir de ahora la localidad sin detenerse frente al llamativo escenario. Nadie podrá negar que el jefe aborigen habita en los alrededores. Su muerte no fue real: según la tradición, una luz salió del cuerpo calcinado.
(*) Dujos: asientos ceremoniales de los aborígenes cubanos.
Fuente: Periódico La Demajagua, Bayamo, sábado, 31 de julio de 1999, p. 7
Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2009.