Preámbulo necesario.
Cuando me propusieron que hablara sobre la obra literaria de Julio Girona, pues la versión manzanillera de la XI Feria Internacional del Libro estaría dedicada a él, acepté gustoso a pesar de saber conscientemente los riesgos que entraña emitir juicios de este tipo; sabía de antemano que no podría hablar de su poesía pues lamentablemente la plaquette CONCIERTO BARROCO y el libro LA CORBATA ROJA, nunca llegaron a Manzanillo. Me enfrentaba al reto de hablar de su prosa y lo hice a sabiendas de que todo juicio es parcial y de que me reconozco admirador de este hombre. El tiempo y los deberes me impidieron hacer el estudio que merece, por tal razón me dediqué a juntar anotaciones que sirvan de alguna manera para aproximarnos a la obra de este artista. Finalmente quiero confesar que no tengo dotes de orador, motivo por el cual escribí estas páginas que ahora comparto con ustedes y que, por razones obvias, he titulado: Julio Girona: del lienzo al libro.
Entre los libros de testimonio que vieron la luz durante las últimas cuatro décadas del siglo XX cubano, son mayoría los que acusan un marcado carácter épico. Los asuntos que tienen que ver con la etapa insurreccional que culminó con el enero triunfante y sus principales protagonistas, con las acciones de inteligencia desarrolladas contra los enemigos de la revolución o con el cumplimiento de misiones internacionalistas desarrolladas por los cubanos en el terreno militar, fundamentalmente, han prevalecido, salvo en los casos de Eduardo Robreño (hijo), Enrique Núñez Rodríguez y Julio Girona.
SEIS HORAS Y MÁS es el primer libro de Girona; dedicado por completo a sus memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, con el que obtuviera el Premio de la Crítica en 1990; en su contracubierta puede leerse un criterio con el que coincido plenamente:
Este testimonio de Julio Girona constituye no sólo un valioso documento histórico, sino también una obra de indudables valores estéticos, fiel heredera de aquellas Aventuras de un soldado desconocido que un día dejara inconclusas Pablo de la Torriente Brau.
En el libro, el autor nos narra, sin arrebatos de pasión pero con intensidad, sus experiencias como el soldado no. 42 035 387 del U.S. Army durante la Segunda Guerra Mundial. Desde el momento en que se enrola hasta el regreso definitivo a casa luego de concluída la contienda bélica, acto con el que se cierra el círculo, transcurren tres años y medio en los que Girona ve la guerra de cerca y los más disímiles acontecimientos ponen en tensión su sensibilidad artística y, sobre todo, humana.
El libro, publicado por la Editorial Letras Cubanas, contiene pasajes sumamente reveladores en los que el autor, con una marcada sutileza, pone al descubierto las huellas dejadas en él por el encontronazo sufrido al entrar en contacto con una realidad distinta a la vivida hasta ese momento, incluso en la misma Europa que había visitado con anterioridad.
Varios elementos nos ofrecen una visión del ejército norteamericano de la época, las fuertes manifestaciones de racismo, desideologización, prepotencia y otros males. Leamos este fragmento:
Cuando nos conducían al almacén de abastecimiento pasamos frente a un grupo de soldados estacionados allí. Uno de ellos comentó: «Mira cuántos judíos... Debe ser que ya no tienen a quien enviarnos...»(1)
O este otro, luego de ver un documental del ejército alemán en acción con el que pretendían darle preparación a los soldados:
[...] después un oficial explicó en el escenario que los soldados nazis eran competentes -cierto-, pero nosotros teníamos una ventaja sobre ellos. Los alemanes estaban perdidos si no recibían órdenes: carecían de iniciativa, no tenían la inteligencia ni la imaginación del soldado americano [...] (2)
O éste, sobre una "clase de instrucción política":
A veces el oficial encargado de la orientación comenzaba diciendo: «Vamos a ver de qué conversamos hoy...Pudiéramos hablar de los niggers, porque los negros son cobardes. Sí..., eso es..., hablaremos de la cobardía de los negros» (...). En las clases de instrucción política no se habló nunca del fascismo, ni tuvimos un orientador que explicara los antecedentes y los motivos de la guerra.(3)
Entre los pasajes más interesantes está aquel en el que Julio se define por contraste, se trata del momento en que es llamado a firmar un documento en el que debe dejar constancia de que acepta estar en el ejército por propia voluntad dada su condición de extranjero, y lo hace, al volver a la barraca y contarlo, sus compañeros se horrorizan, lo tildan de loco, de idiota, y exclaman:
-¡Pero si nosotros somos soldados por obligación! -dijo otro-. ¡Ni siquiera se nos ha preguntado si queremos estar aquí o no!
[...] Quise explicar a mis compañeros que yo era antifascista, que por ese motivo firmé el documento que me convertía en un soldado voluntario. Quise decirles que había participado en la lucha contra el fascismo en Cuba, en Francia, en México y en los Estados Unidos, pero decidí no decir nada.(4)
Pero el libro es mucho más que eso, por sus páginas desfilan soldados, oficiales, prisioneros, gente liberada de los campos de concentración, simples habitantes de los lugares recorridos, tipos humanos cuyo elemento común es la tragedia que les ha tocado vivir y, a pesar de que no sentimos el estruendo de las bombas, ni vemos la espantosa imagen de los campos de concentración, la lectura logra estremecer. El libro todo es un grito que clama porque no vuelva a repetirse un acto de barbarie como éste. Un velado dolor trasluce en este fragmento en el que se refiere a un compañero de filas:
Unos meses después de terminada la guerra -estaba yo en Brooklyn- le escribí para saber cómo le había ido. Habíamos tomado distintos rumbos.
Un hermano contestó mi carta. Joe Kalman no volvió: cayó en Alemania, en Remagen, a la orilla del Rin...(5)
O este, en el que recuerda la primera noche en la ciudad belga de Lieja:
En la puerta un soldado nuestro estaba de guardia.
-Aquí han caído muchas bombas -dijo-. En la esquina destruyeron una casa anoche. Arriba, en los escombros, hallaron una mujer desnuda. La muerte la sorprendió en la cama.(6)
Cuánto patetismo en la anécdota que cuenta el momento en que la niña Suzie tuvo en sus manecitas, por primera vez en la vida, una naranja y el llanto de su madre por ello, o en los sutiles o abiertos llamados de las mujeres que a causa del hambre y otras necesidades no tuvieron más remedio que prostituirse ofreciendo su cuerpo a cambio de dinero, de un plato de comida o de una simple barra de chocolate.
El escenario en que se desarrollan las acciones narradas no es el de los grandes campos de batalla o las trincheras del frente, sino ese espacio de aparente tranquilidad, reconocible e inseguro en el que se vive manteniendo algunas de las actividades propias de tiempos de paz con la amenaza perenne de la guerra, el espacio de la precaria tranquilidad, el vórtice del ciclón, en ocasiones más peligroso que aquel donde se escucha el tronar de la metralla.
El humor también tiene su lugar en estas memorias, una veces camuflado, otras más abierto, desprejuiciado siempre, bien sea la caída al agua cuando el autor intentaba pasar un río, el ejercicio de trasladar un bote desde el bosque hasta el lago -en Inglaterra- cuando un arbolito se interpuso en su camino y lo levantó a dos metros de altura, o el "espectáculo del ballet de Chopin con decenas de bailarinas en el espléndido escenario de la Ópera, bajo una tormenta de condones flotando por todas partes ..."(7)
Durante los años de la guerra, Julio Girona, el soldado que nunca dejó de ser artista, dibujó sus impresiones, esta parte de su obra estuvo guardada durante mucho tiempo hasta que finalmente fueron publicadas el pasado año en el libro DIBUJOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. 1943 -1946; libro que cumple el deseo expreso de Juan Marinello(8), cuya muerte frustró el proyecto hecho ahora realidad. En las palabras de presentación, Pedro Prada los califica con acierto como "compañeros indispensables del testimonio Seis horas y más, (...) donde Julio Girona narra con esteticidad similar a la de su plástica -como corresponde a un verdadero artista-, vivencias y aventuras de su etapa bélica, y en el que rasga -también como verdadero corresponsal de guerra- el pellejo de la historia".(9)
Seis horas y más es un libro necesario porque el mundo no ha alcanzado aún la paz que creyó conquistada tras la derrota del fascismo, porque hay miles de niñas y niños que aún no han podido comer tranquilos ni siquera una naranja, porque el egoísmo, el racismo y la xenofobia siguen siendo una pandemia, porque la tierra sigue estando sucia de odio y de miseria, porque la paz y la hermandad siguen siendo la utopía necesaria.
Con motivo del centenario del natalicio del autor de Surco, Pulso y Onda, y Cartas de la Ciénaga, La Gaceta de Cuba, de la UNEAC, publicó: "Navarro Luna en persona", un trabajo en el que Julio Girona ofrece un retrato de su amigo a través de varias anécdotas, en la presentación puede leerse que ello constituye un adelanto "del libro Mis pasos por el camino, en proceso editorial por Letras Cubanas".(10)
Desconozco los motivos que habrá tenido el autor para el cambio, pero lo cierto es que ese mismo año, el libro mencionado vio la luz con el nombre de: MEMORIAS SIN TÍTULO.
Si bien en Seis horas y más el autor dedica el libro a sus recuerdos de la guerra, en Memorias... la diversidad temática y epocal es un rasgo distintivo. Si en aquel desfilan soldados, oficiales, prisioneros, gente liberada de los campos de concentración, simples habitantes de los lugares recorridos, tipos humanos cuyo elemento común es la tragedia que les ha tocado vivir -como he puntado anteriormente-, en éste asoman figuras históricas de relieve mundial -Lorca, Picasso, el Che- junto a amigos, familiares, personajes pintorescos del pueblo natal o conocidos en su periplo por el mundo. Por si acaso algún lector malintencionado se atreviera a cuestionar la certeza de la existencia de estos personajes o a poner en entredicho sus características y acciones, Girona pone al inicio del libro estas palabras mucho más hermosas y humanas que las que están a la entrada del infierno:
He visto personajes parecidos a los de estos relatos en la literatura de otras tierras. Es que son hombres y mujeres universales.(11)
Aquí, el primer recuerdo es para su padre, maestro y procurador, que fuera miembro del G. L. M.(12), cronista de salón de la entrañable Revista ORTO y a quien su hijo debe mucho de su formación moral, cívica y literaria.
Manzanillo, la ciudad que le vio nacer y le tiene por uno de sus mejores hijos, tiene en el libro un lugar especial, sin embargo, nadie espere encontrar la descripción de sus calles, edificaciones y plazas, el autor da por descontado que ello no es necesario y nos ofrece una imagen de la ciudad vista a través de los ojos de la infancia donde son importantes los personajes, los sentimientos y las primeras experiencias, les remito a su desgarrador encuentro con la muerte que le prepara para lo que en su larga vida habría de enfrentar o a su asistencia casual a un juicio que le hace decir después no sin cierta cuota de ironía: "Era la primera vez que veía como funcionaba la justicia".(13)
Costumbres y tradiciones de la gente del pueblo, juegos de niños, actitudes, vocaciones, se nos van descubriendo tal y como se le fueron mostrando al propio Julio. Su frustrada aventura como limpiabotas, su aprendizaje de las primeras letras de manera autodidacta, su interés por la pintura, son contadas con toda la inocencia con que ocurrieron.
Su descubrimiento de la política de la época se hace patente en un breve pasaje:
El club del Partido Conservador estaba en una esquina a dos o tres cuadras de mi casa. (...) El club tenía una sala grande con mecedoras alrededor y retratos de Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Bartolomé Masó y otros patriotas. Al verlos allí pensé que habían sido conservadores,(...), pero un día visité el club de los Liberales y encontré allí los mismos retratos. Entonces le pregunté a mi padre si esos patriotas habían sido liberales y conservadores al mismo tiempo.(14)
De igual forma se pone al descubierto la discriminación racial en el simple relato sobre los paseos en el parque central de la ciudad:
El paseo de afuera era para los blancos y el paseo interior para los negros.(15)
De exquisita sencillez son los retratos que se ofrecen sobre Manuel Navarro Luna -el más logrado-, Luis Felipe Rodríguez, Juan Marinello, Conrado Massaguer, Chacón y Calvo, Carlos Montenegro, Lolita de Triana y el Che. En ellos el autor narra anécdotas y su relación con cada figura de tal modo que, una vez más, vemos a través del prisma de su mirada, que tiene la virtud de retratarlos sin afeites y edulcoraciones inútiles salvándose de cometer el error de sacralizarlos.
La picaresca, que tan buenos ejemplos muestra en los escritores de nuestra lengua, asoma su nariz a través de relatos como los titulados "La chica de Liverpool" , "La bata rosada" y "El trago fuerte", episodios que aluden sin mojigaterías a la experiencia erótica del autor.
Que Julio Girona es un hombre con un bien desarrollado sentido del humor lo prueban los relatos donde narra anécdotas de su familia o reproduce las que le fueron contadas, tal es el caso de aquella en la que aparecen Fondén y Pancho Portales, dos personajes de la mitología popular manzanillera, o el viaje de Pascualito Lavernia, o "Gente de mi talla" que bien pudiera haberle ocurrido a cualquiera de nosotros en estos tiempos de ropas recicladas.
Mención especial merece el relato dedicado a Ilse, su esposa ya desaparecida; la brevedad no debilita la intensidad del recuerdo, la imagen se hace nítida, transparentando la reciedumbre y la dulzura de una mujer, también artista, que le acompañó un gran trecho de la vida, que aún le acompaña.
La última de las narraciones vale por todo el libro si de revelarnos la personalidad del autor se trata, una noche en La Habana, son las tres de la madrugada, el ruido del cabaret cercano no lo deja dormir y Julio se dedica a pensar, no acaba de comprender el derrumbe de la Unión Soviética, recuerda a los prisioneros rusos liberados de los campos de concentración, le viene a la memoria la llamada de su hija desde Italia donde le habló de París, piensa en Francia, en la mujer que su amigo argentino abandonara y que duerme su miedo en la cama del pintor, vuelve a La Habana y se queda dormido pensando en el bloqueo y en que no tiene aguarrás. Pero duerme tranquilo, seguro, como un niño.
Al cabo de seis años, Girona nos sorprende con un nuevo libro, se trata esta vez de CAFÉ FRENTE AL MAR. De Manzanillo a Nueva York, de San Antonio de los Baños a un campo de concentración nazi, de Kansas City a México, de París a La Habana, así nos lleva de narración en narración y lo hace de tal modo que no hay fatiga y sí deseos de continuar viaje por este collage de gran formato en el que la variedad de temas se convierte en incitación.
Si en sus dos anteriores libros en prosa Girona va más hacia lo autobiográfico, en Café... aparecen, cito in extenso, "cuentos y relatos [que] recuerdan a las conversaciones de sobremesa y las reuniones nocturnas, en mecedoras y sillas, en la acera de mi pueblo, (...). Me recuerdan las charlas en el café El Lucero con Nicolás Guillén, Lino Novás Calvo, Félix Pita Rodríguez, Ángel Augier y Navarro Luna; hacen pensar en los cuentos de Hemingway en el hospital italiano en la Primera Guerra Mundial y un cuento de James Joyce ..."(16) En los cuarenta y tres relatos que conforman el libro hay cuotas de patetismo, ironía, tragedia, pero se lleva las palmas el humor –fino, depurado, pasado por el tamiz de la experiencia vivida- que no es en modo alguno conducente a la carcajada expresiva pero pasajera, sino propiciador de una sonrisa que a su vez funciona como agente movilizador del pensamiento.
Ilustrado por su autor, cuya rúbrica nos sorprende desde el sitio más insospechado de la página y con un atractivo diseño de cubierta, Café frente al mar es un libro diferente, una trampa que el autor tiende a los lectores de sus libros anteriores. Excepto cinco relatos en los que hay mayor cantidad de señales para declararlos autobiográficos, los demás son "contados por gente que no ha oído hablar de Hemingway y James Joyce. Algunos -confiesa Julio- los inventé como cuando pinto mujeres que no existen"(17). ¿Dónde, entonces, está la trampa, si el autor hace esta confesión?. Está en la manera de narrar, en la posición que ocupa el narrador en cada relato, en el lenguaje y los niveles de realidad; en la forma en como nos atrapa y deja pensando si él es Marcos o Cirilo, o Renzo, si el Boris que estuvo en el campo de concentración no tuvo otro nombre, si Laura fue la novia del hijo del alcalde o una de las mujeres que le ayudaron a matar la soledad de alguna de sus noches.
El relato dedicado a Antonia Eiriz(18) es, en mi opinión, una de las mejores narraciones del libro, allí la retrata de cuerpo entero, su carácter, sus sentimientos, su condición de artista de su pueblo. Girona rinde homenaje a la amiga y la trae nuevamente a su lado para compartir los avatares de la vida y la creación.
Café frente al mar es sobre todo la confirmación del proceso evolutivo que se opera en el Julio Girona escritor, el testimoniante, entusiasmado, ha logrado trasmitir sus vivencias exitosamente con anterioridad y comienza a sentir la necesidad de comunicar el resultado de sus fabulaciones y lo hace mezclando ambas cosas, borrando los límites, eliminando cualquier frontera que ponga freno al acto creador. Cada nueva narración es una (re)creación de la realidad, los personajes y situaciones, sean o no de ficción, vienen a ser finalmente el testimonio de la época en que le ha tocado vivir al autor.
Julio Girona se alimenta de la memoria. Si intentamos adentrarnos en el cosmos narrado por él a través de su prosa nos encontramos con que el punto cardinal al que se dirige con persistencia es al Recuerdo, así, con mayúscula, porque el suyo no es la simple suma de pequeños actos que marcan la vida al común de los mortales cuya repercusión no va más allá de los límites de lo personal y doméstico. Su Recuerdo es un mundo otro en el que lo cotidiano trasvasa las fronteras de su simplicidad para convertirse en trascendente, debido a la propia dinámica con que cada fragmento se agiliza, une y generaliza, creando un centro imantado alrededor del cual gravita.
En el caso de Girona, escribir sus memorias entraña un significado especial para los lectores pues el mundo contado es el mundo visto -ya lo he dicho- a través de los ojos de un Artista; en su obra, el pasado es presente, los fragmentos de lo acontecido vienen a arrojar luz sobre los actos de hoy y prometen iluminar los de mañana en un movimiento de intensa fuerza producido por el continuo intercambio constituyendo una unidad. Volver sobre lo ocurrido en el pasado forma parte de un proceso de búsqueda y re-encuentro consigo mismo y con su historia que, como diría la Dra. Graziella Pogolotti, no ha surgido de la historia grande de los manuales sino de la historia cotidiana. Esa búsqueda le ha permitido llegar a las esencias despojándose del lastre y exhibirlo todo -o casi todo- como en un gran lienzo donde conviven los personajes que han tenido que ver algo en su vida.
¿Por qué escribe Girona?. En una entrevista publicada en el periódico Juventud Rebelde, confiesa:
Trabajé durante 35 años en la traducción de historietas cómicas (comics) en Norteamérica, y como el español es más abundante en palabras que el inglés, me vi obligado a desarrollar la capacidad de síntesis. Además, durante casi cinco años escribí semanalmente a mi madre. Un día comencé a garabatear en los cuadros palabras como "primavera", "la noche", "la tarde". Después me aventuré más y puse: "Una mujer se desnuda". Me hizo falta más espacio y utilicé un papel. Sin saberlo escribí un poema.(19)
La escritura inició un nuevo capítulo en la vida del artista que le incluye en la no corta lista de artistas plásticos que han sentido la necesidad de buscar -y han hallado- en ella una vía alternativa de expresión que incluye reflexiones teóricas, apuntes, epistolarios, memorias y la creación literaria en su sentido más estricto, tal y como lo atestiguan la poesía de Fidelio Ponce y la narrativa de Carlos Enríquez, por sólo mencionar dos casos conocidos.
No olvidemos que su infancia y adolescencia se desarrollaron bajo el influjo de su padre -maestro y escritor- de cuya boca escuchó los primeros cuentos que incentivaron su imaginación, valga recordar aquel en el que montados en una gallinita volaban cada noche hasta la luna para dar paseos interminables.
También recibió influencias del Grupo Literario de Manzanillo, institución que auspició su primera exposición de caricaturas en las vidrieras de la tienda La Fortuna, y la que le ofreció un homenaje en el hoy casi restaurado Teatro Manzanillo. En su casa se reunían cotidianamente hombres como Ángel Cañete, Juan Francisco Sariol -ese increíble animador de la cultura local- , Manuel Navarro Luna, Luis Felipe Rodríguez, entre otros y "Hablaban de libros y revistas de La Habana, Buenos Aires y Madrid. Se mencionaban los nombres de Rubén Darío, Poveda, Anatole France, Unamuno y otros escritores españoles".(20)
Visitó, sin dudas, la legendaria imprenta El Arte (cuyo estado actual es una herida abierta en el corazón de la ciudad) donde respiró el olor de la tinta, vibró junto al linotipo y obtuvo recortes de papeles y cartulina para dibujar, allí se inspiró para inventar "una imprenta para hacer tarjetas para los muchachos y también hice un periódico..."(21)
No olvidemos tampoco que a lo largo de su vida mantuvo relaciones con intelectuales de la talla de Juan Marinello, don Fernando Ortiz, Pedro Albizu Campos, Carlos Montenegro, Raúl Roa, Pablo de la Torriente Brau, Pablo Neruda, César Vallejo, Carpentier, Félix Pita, Alberti, etc, que de alguna manera influyeron en él, amén de sus lecturas.
Julio Girona no escribe para trascender, eso lo ha logrado con su obra pictórica y él lo sabe, lo hace para espantar la soledad, para conjurar fantasmas, para compartir con sencillez la experiencia vital adquirida en la gran aventura que ha sido su existencia, para reafirmarse en sus raíces. Escribe para completarse como ser humano.
Agreguemos que escribe como pinta, cada frase es una línea; cada mancha, una idea; cada variante cromática, un matiz del pensamiento; cada relato, un lienzo.
En su obra escrita como en su obra pictórica ocupan un lugar importante las mujeres. El hecho de tener cinco hermanas, dos hijas, dos nietas, lo ha obligado a decir: "mi destino es estar entre mujeres"(22), sumémosle madre, abuela, tías, la amada Ilse y todas aquellas que en la larga aventura de su vida tuvieron alguna relación con él, desde las modelos de la escuela hasta la rubia Pat, que tocaba el violonchelo y que ha brotado en la flor de la memoria a través de un artículo publicado en La Gaceta de Cuba.(23)
Lino Novás Calvo, en artículo dedicado a Carlos Enríquez comienza exponiendo la siguiente tesis: "No soy de los que opinan que el arte no tiene patria: creo, por el contrario, que necesita de ella, como la planta necesita de la tierra (o, en el laboratorio, de las sustancias de la tierra). Para que un arte pueda rebasar fronteras, y llevar esencia de perdurabilidad, tiene que ser antes de algún modo un arte nacional".(24)
La obra literaria de Girona es enteramente cubana, condición que le viene no sólo porque su autor lo es por nacimiento sino por esa forma genuina con que los hijos de este archipiélago acostumbramos a enfrentar la vida y sacarle sus enseñanzas, por ese "cómo" reacciona el artista "desde dentro" según la mencionada tesis de Novás Calvo. Su condición de trotamundos, de Quijote moderno, de aventurero (en el mejor sentido de la palabra), no lo ha hecho desvincularse de Cuba, la suya ha sido una vida estrechamente ligada a los acontecimientos esenciales de la nación.
Todos los relatos tienen un gran aliento confesional sobre lo íntimo vivido en escenarios de aconteceres universales, llámense Brooklyn, Lieja, La Habana o "la loma", en Manzanillo. Ellos son el espacio jugoso donde se juntan memoria e invención para darnos, como en una extensa conversación el caos iluminado del artista.
Leer a Julio Girona es contaminante, de pronto, uno comienza a repasar su propia historia y siente deseos de contarla, por ello, quiero compartir con ustedes el recuerdo de cómo lo conocí:
Serían alrededor de las diez de la mañana de un día veraniego de 1988 cuando, al dirigirme hacia la Plaza de la Catedral por la siempre congestionada calle Obispo, me encontré con Maritza Labrada que venía acompañada por dos personas, al verla, sentí gran alegría pues eran los días de mi experimento habanero y llegaba la oportunidad de tener noticias frescas de Manzanillo. Saludo cubano: gritos, abrazo efusivo, y luego las presentaciones, primero: -Cora Ramírez, un placer; después, una mano extendida: -Mucho gusto, Julio Girona . La prisa de mis interlocutores me privó de las ansiadas noticias. Ellos continuaron su camino, creo que hacia la editorial Letras Cubanas, mientras yo los observaba alejarse grabando en mi mente la imagen de aquel hombre de cabellera blanquísima que, jugando con un bastón de recia empuñadura, avanzaba, como sólo lo hacen los dueños de la eternidad, escoltado por dos hermosas mujeres quizás pensando incluirlas en uno de sus próximos lienzos.
Así lo ví, así lo veré siempre.
Febrero-Marzo del 2002.
Citas y Notas.
1.-Girona, Julio. Seis horas y más. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1990, pp. 13-14.
2.-Ibidem. p. 18.
3.-Ibidem. pp. 94-95.
4.-Ibidem. pp. 31-32.
5.-Ibidem. pp. 52.
6.-Ibidem. p. 118
7.-Ibidem. pp. 207-208.
8.-Ver carta de Juan Marinello a Julio Girona publicada en el libro Dibujos de la Segunda Guerra Mundial. Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2000, p. 5.
9.-Prada, Pedro. Prólogo al libro Dibujos de la Segunda Guerra Mundial. Editorial Pablo de la Torriente. La Habana, 2000, p. 16.
10.-Girona, Julio. "Navarro Luna en persona", en La Gaceta de Cuba, UNEAC. Nro. 4, Julio-Agosto, 1994, pp. 30-31. El subrayado es nuestro.
11.-Girona, Julio. Memorias sin título. Editorial Letras Cubanas, 1994, p. 6
12.-Siglas del Grupo Literario de Manzanillo, fundado en 1921 en torno a la revista literaria ORTO y con la animación del poeta y editor Juan Francisco Sariol.
13.-Loc. Cit. 11. p. 15.
14.-Idem. pp. 10-11.
15.-Idem. p. 14.
16.-Girona, Julio. Café frente al mar. Editorial Letras Cubana, La Habana, 2000, p. 5
17.-Idem.
18.-Antonia Eiriz, importante figura de las artes plásticas cubanas del siglo XX.
19.-Paz de, Flor. "Julio Girona. No tengo tiempo para quedarme dormido", En: Juventud Rebelde, 10 de julio de 1994, p. 13.
20.-Girona, Julio. Memorias sin título. Ob. Cit., p. 17.
21.-Ibid. p. 13.
22.-Loc. Cit. 19.
23.- Girona, Julio. "1934. Por qué no", En: La Gaceta de Cuba. No. 1, enero-febrero del 2000, p. 52.
24.-Novás Calvo, Lino. "En torno a nuestros artistas: Carlos Enríquez", En: UNIÓN, No. 40, Julio-Septiembre, 2000, p. 73.
Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.