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López Oliva: otra vuelta de pintura.

Artículo que indaga sobre las motivaciones de la obra de Manuel López Oliva, sobre todo la obra de creación que brota de su pincel a partir de los años 90.

A través de la pintura es posible rastrear una gran zona de la sensibilidad del cubano desde el siglo XIX hasta los actuales comienzos del XXI, y también aproximarnos a ciertos instantes de la cultura en que se expresan los más caros momentos en tanto nación, isla, comunidad, individuos. La pintura fija en el papel, madera, tela, pared (cualquier soporte) aquello que nos invade u obsesiona, aquello que nos ilumina y mata: es, entre otras cosas (algunas de ellas quizás innombrables), desgarramiento íntimo y colectivo, análisis racional, misterio, enigma, poesía de imágenes...

La pintura ha sabido expresar, desde muy diversos ángulos y perspectivas, el sentido y los significados múltiples de una época, las actitudes de sus creadores. Los pintores son, pues, en cierta medida, como su "tiempo". Y los tiempos cambian, a veces con velocidad insospechada, y nada es igual a como era entonces y lo que se creía inmóvil, fijo, eterno, inalterable, ya no lo es, se ha corrido de sitio, sobre todo en el universo del arte, de los conceptos, de las ideas (¿o es la realidad la que cambia primero?)

En Cuba es evidente en los últimos tiempos: desde hace 10 años, a partir de un período de feroz eclecticismo en lo económico y social, la pintura cubana se ha tornado desigual, heterodoxa y plural como en ningún momento anterior, al tratar quizás de "apresar", en el espacio restringido de las dos dimensiones, los múltiples significados que se han producido y que desbordan toda expectativa. Sería mejor decir que la pintura cubana se ha vuelto, pues, ecléctica.

Manuel López Oliva escogió hace tiempo enfilar sus reflexiones artísticas hacia la ética individual y su representación a nivel social. Dueño de un oficio aprendido a fines de los 60, como parte del primer alumnado de la entonces Escuela Nacional de Arte y del grupo (los otros eran César Leal, Alberto Carol, Ramón Estupiñán, Pablo Labañino, Jesse de los Ríos, Luis Miguel Valdés y Juan García Miló) que obtuvo el primer Premio de Artistas Noveles en el Salón de Mayo de París (1967), y en medio de un gran esplendor de la pintura cubana como no se ha vivido, creo yo, otra vez (recuérdese en esos momentos a Antonia Eiriz, Servando Cabrera, Mariano Rodríguez, Portocarrero, Luis Martínez Pedro, Loló Soldevilla, Antonio Vidal, Umberto Peña, Masiques, Fayad Jamís, Salvador Corratgé, Amelia Peláez, entre otros), López Oliva incursiona ahora en la crítica social mediante el sutil develamiento de la simulación y los dobleces (y de otros males) que han emergido en el espacio moral de nuestra sociedad, como consecuencia de los fuertes cambios ocurridos en las dos últimas décadas.

De una serie de "retratos" de héroes realizada a fines de los 60, en versiones de tintes expresionistas e influidos por la síntesis gráfica de la cartelística cubana, pasó a hedonistas interpretaciones del paisaje cubano, hasta desembocar progresivamente en un interés por el espacio urbano habanero, lo que focalizó en sucesivas variaciones de La Catedral. Finalizando la década de los 80, fachadas y emblemas arquitectónicos ceden terreno al universo del teatro, específicamente la ópera, donde halla los más eficaces y mejores símbolos para "comentar" la realidad vivida, que ya comenzaba a complicarse sobremanera.

Luego de varias vueltas a otros asuntos y cambios de estilo, encauzó su pintura por el camino de la eticidad cubana, "ese sol del mundo moral" del que hablara Cintio Vitier. Pero una eticidad de aquí y de ahora, sin pretensiones historicistas, surgida de la realidad más inmediata. Para ello organizó sus telas como espacios representacionales (casi diseños teatrales) partiendo del principio rector de que todos actuamos, de que la vida es una gran puesta en escena, una obra en la que cada cual asume su propio personaje y lo representa, digna o indignamente, hasta el final. Los cuadros aparecen como amplios set decorados, como atmósferas en las que habitan personajes aislados que saltan y vuelan por los aires en consonancia surreal.

López Oliva acentúa deliberadamente lo específico decorativo (si se quiere entender así algunas de sus obras) con toda intención esteticista, de la misma manera que el hombre y la mujer, en la vida moderna, acentúan color de pelo, adornos, modalidades infinitas de ropa y calzado, dibujos tatuados, piercing, en tanto recursos para confundir lo funcional con lo bello.

Su pintura no es agresiva: tampoco es complaciente o dulzona. Está más cerca de lo meditativo y racional, del costado reflexivo que de la esfera emotiva. Se adentra en uno de los problemas centrales de discusión del mundo contemporáneo: la moral. Los cambios vividos en los últimos decenios confirman la urgencia de prestarle atención a la cuestión ética, por cualquier medio a nuestro alcance. Y el arte tiene esa posibilidad desde una situación bien diferente a la de otras disciplinas humanísticas, tal como hicieron en épocas pasadas notables artistas e intelectuales cubanos.

Mediante telones de boca, cortinas, escenarios, disfraces, máscaras, el artista va tejiendo una red de símbolos decodificables para el espectador. Quiere participar del debate actual desde una posición modesta, sin estridencias ni espectacularidades, estimulado por el desconcierto que tal asunto provoca hoy entre las personas, y que también somete a prueba nuestra capacidad de resistencia. Sus obras pactan con lo sutil, con los bordes de ciertos ideales que pugnan por el mejoramiento humano, en franca oposición al oportunismo y la frivolidad. De ahí su ambivalencia, el juego de apariencias que oculta en el espacio pictórico y que hacen del proscenio un simulacro (de la realidad y de la obra en sí) de acuerdo con una lógica postconceptual en el arte contemporáneo.

Sus lienzos se ubican a medio camino entre lo iconográfico y la metáfora (más de esta, pienso yo), entre la descripción y el símbolo, entre la síntesis gráfica y el entramado barroco. Pecan quizás de eclecticismo, pero se reconocen como piezas insertadas en una cultura asaz ecléctica (y no tan barroca como se piensa por lo general). Entre la parafernalia del carnaval y el teatro se mueven algunas de nuestras principales coordenadas como sociedad y nación, y esto lo reconoce López Oliva desde su espacio de peculiar creación pictórica.

Fuente: Nelson Herrera Ysla. Reflexiones de tanto mirar. Ediciones Avila, Ciego de Avila, Cuba, 2004, pp. 112-119.

Fecha de publicación: 2007.

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