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Diego Bonilla.

Autor(es):
Clara Díaz.

Destacado violinista e indiscutible impulsor del desarrollo de enseñanza musical en Cuba, la figura de Diego Bonilla -poco conocida y casi nada recordada- merece, sin embargo, un sitio ponderable en la historia de nuestra música.

1002.jpgNació en Manzanillo el 18 de enero de 1898, casi en vísperas del surgimiento de la República Mediatizada, asistió desde su más joven infancia a un nuevo momento en el decursar de la cultura nacional, que se manifestó con las peculiaridades inherentes al nuevo orden histórico social imperante en el país, y definido por su carácter neocolonial bajo la égida, en esta ocasión, de la bandera norteamericana.

De hecho, en Manzanillo, además del Casino Español y el Liceo, heredados de la cultura colonial de mediados del siglo XIX, surgieron otras sociedades de recreo de tipo igualmente clasistas, como el Círculo Manzanillo, la Sociedad Maceo, el Club 10, sólo por citar las más importantes. Asimismo, las acostumbradas retretas ofrecidas semanalmente en la Plaza de Armas por la Banda de Ejército Español, fueron reemplazadas por las actuaciones de la banda municipal de la ciudad, conjuntamente con la recién creada banda infantil de la localidad manzanillera.

Desde inicio del siglo XX proliferaron, igualmente, conjuntos musicales para amenizar fiestas y otras actividades de carácter cultural, apareciendo otras agrupaciones soneras a la par que novedosas orquestas jazzbands. Por su parte, los conservatorios de música de La Habana, tales como Hubert de Blanck, Orbón y Peyrellade, comenzaron a establecer sus filiales en esta ciudad oriental, de donde asomarían destacados valores, muchos de los cuales se desplazaron de su pueblo natal hacia sitios de mayor vida cultural, bien dentro del país o en el extranjero, buscando horizontes más amplios para su desarrollo profesional.

Fue precisamente en una de estas escuelas, donde se inició en sus clases de violín Diego José Luciano Bonilla Quesada, hijo de Francisco Bonilla Olmedo -natural de Sevilla, España- y de Josefa Quesada -de origen manzanillero-, quien, en el transcurrir de los años hubiera de convertirse en un violinista admirado por las más exigentes críticas europeas y de los Estados Unidos, y que posteriormente legara sustanciales logros a la pedagogía musical cubana.

La modesta banda infantil fundada en los primeros años del nuevo siglo, habría de ser, sin embargo, su primera escuela de música, a la cual asistió desde 1906 y en donde aprendió a tocar flauta, flautín, clarinete y oboe, destacándose a tal punto en la ejecución de este último instrumento, que en pocos años fue nombrado “músico mayor”, y posteriormente subdirector de la misma.

No obstante, su intensa vocación por la música lo llevaría a interesarse también por el dominio de los instrumentos de cuerdas. De modo que a los diez años de edad matriculó en el Instituto de Música de Manzanillo -filial del Conservatorio nacional de Música de Hubert de Blanck, bajo la dirección de José Ross- en la cual recibió sus primeras clases de violín, con el profesor Francisco Rodríguez Carballés.

Sus años de adolescencia transcurrieron alternando sus obligaciones en el Banco Norteamericano donde trabajaba, con sus estudios y labores musicales, bien tocando con la banda, bien cultivando aplausos como violinista en las veladas culturales de su natal ciudad.

En 1915, estimulado por su maestro de violín, se trasladó hacia la capital en busca de un ámbito más amplio y de mayores posibilidades donde poder desarrollar sus capacidades artísticas. Ingresó así en el Conservatorio Nacional de Música, en el que continuó sus estudios de violín con el profesor Juan Torroella -destacado violinista matancero- y recibió orientaciones de Armonía con el maestro español Fernando Carnicer.

Una vez más compartiría sus estudios con sus actividades laborales, ya como violinista en fiestas, bailes, cines y teatro o en sustitución de su maestro enfermo, impartiendo las clases de violín en el Conservatorio Nacional.

Su vida de estudiante de esta época se vio coronada con algunos éxitos como medalla de bronce, plata y oro, sucesivamente, en concursos convocados por este centro de enseñanza musical. Para entonces había ofrecido algunos conciertos en la sala Espadero del propio Conservatorio, que le dieron una elogiosa crítica del maestro Rafael Pasto.

En 1918 obtuvo I Premio Metálico y Diploma en el concurso efectuado por el Ateneo de la Habana, ganando dos años después -por oposición y con el voto unánime del tribunal- una beca para ampliar estudios en Europa (dos años en España y tres en París), otorgada por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes.

El 23 de junio de 1921, ofreció su concierto de despedida en la sala Espadero, interpretando la Sonata Nº 1, Opus 12, para violín y piano de Beethoven; Habanera, de Sarasete; Nocturno Nº 2, de Chopin-Sarasete; Serenata, de Chaminade-Kreisler y Serenata Española, de H. Leonar. Esta última acompañado de los violinistas Virgilio Diago y José Fernández. Pocos días después partió a Madrid, donde realizó estudios superiores de violín con el profesor español José Hierro.

Su brillante técnica y refinada sensibilidad le permitieron obtener por oposición una plaza de primer violín en la Orquesta Filarmónica de Madrid, condición que le facilitó realizar dos tournées por toda España.

En 1923, concluida la primera fase de la beca, viajó a París para continuar estudios con el profesor Jules Boucherit, del Conservatorio nacional de esta ciudad, donde recibió además los consejos del eminente pedagogo francés Jeanne Gauthier.

Cerca de tres años permaneció en la ciudad parisina, adiestrándose en el dominio del instrumento y brillando en múltiples conciertos en las soirées aristocráticas de la baronesa de Pasquier, en la Salle Comoedia, en los recibos de Mme. Vellelle, en la Secretaría de la Asociación de Compositores Franceses y en las veladas culturales del Comité París-América Latina.

Su primer concierto en la capital francesa lo ofreció el 15 de junio de 1925, en la Sala de Conciertos del Hotel Megestic, acompañado por el pianista Maurice Feaure y la cantante Rosa de Granada. Obras de Simanowsky, Saint Säenz y Collet, entre otros importantes compositores, fueron interpretadas con gran profesionalismo por el artista cubano, lo que le valió una crítica altamente favorable.

Precisamente, acerca de este concierto comentaría el crítico cubano Gerardo de Noyal:

"El violinista Diego Bonilla dio su primer concierto hace poco en París, en la aristocrática Sala del Hotel Magestic, el que le ha consagrado como un virtuoso del mágico instrumento, mereciendo el aplauso general de los severos críticos musicales franceses.

En anteriores audiciones en festivales públicos y reuniones privadas, le habían creado una óptima reputación artística, ampliamente confirmada en este, su primer recital".(1)

Durante ese mismo año ofreció en Madrid otro concierto de gran éxito y opinión muy encomiástica por parte de los críticos Carlos Boch deEl Imparcial, ambas publicaciones periódicas de Madrid.

De regreso a Cuba, en noviembre de 1926, tras haber conquistado nuevos lauros en la Salle Comoedia de París y en los escenarios neoyorquinos, contratado por la Sociedad de Pro Arte realizó su primera presentación ante el público habanero, el 23 de noviembre, en el teatro Payret. Haciéndose acompañar de los pianistas Natalia Torroella y Vicente Lanz y de la soprano Enma Otero, interpretó un variado repertorio integrado por obras de Vitali, Debussy, Sarasate, Korsakoff, José del Hierro, entre otros, cuya magistral ejecución le proveería de una elevada consideración en su país natal.

Al siguiente mes ofreció un concierto en el Teatro Nacional, acompañado en esta ocasión del también afamado violinista Virgilio Diago, compañero de estudios y a quien le unía una fraternal amistad.

Una tournée por toda la Isla, iniciada pocos días después de aquel concierto, lo llevaría por los diferentes teatros del interior de la república -entre ellos el Velazco, de Camagüey; Estrella de Manzanillo; el Salón de Fiestas del Balneario de San Miguel, y el Liceo de Güines- en los que cosechó nuevos logros. Sin embargo, este rencuentro con la realidad cultural y política de su país, tuvo para el músico una significación más especial sus éxitos personales.

Las vivencias adquiridas durante su recorrido por las diferentes provincias, le permitieron percibir con profundidad el estado de corrupción y abandono en que se hallaba la sociedad cubana de finales de la década de los 20, coadyuvando de manera determinante ante su sensibilidad de artista cubano, a integrarse al grupo de intelectuales que en mayo de 1927 firmaron un manifiesto bajo la auto denominación de Grupo Minorista que se pronunciaron por la defensa y la soberanía de la cultura nacional.

Meses después, poca antes de concluir ese mismo año, Bonilla embarcó nuevamente hacia París con la finalidad de continuar sus estudios superiores de violín con el profesor francés Jules Boucherit. Fue esta una época de consagrados éxitos, de los cuales se haría eco la prensa nacional.

"El notable violinista cubano, acaba de triunfar en París. Bonilla es un verdadero artista, que obtiene del violín los más delicados matices. Su vocación, su refinada sensibilidad, su técnica, han proporcionado a Bonilla ese triunfo, que es, al propio tiempo, su consagración definitiva, en la sala Pleyel, de Paris, donde ofreciera el día 18 de los corrientes, su Concierto".(2)

Entre viajes de ida y vuelta, actuando en los escenarios parisinos, mexicanos, de Estados U nidos y de su país natal, transcurriría para el violinista una vida artística de gran intensidad. Sería durante estos años (1928-1934), que estrenara la obra Los jardines de Lindaraja, del maestro Joaquín Nin, en el Teatro Nacional de La Habana; la época de sus actuaciones exitosas en las ciudades de Puebla y Mérida, en México; sus conciertos con Alejandro García Caturla en Remedios, interpretando la Danza del Tambor; sus nuevas actuaciones en la Sala Pleyel, de París; y en el Carnegie Hall de Nueva York. Sería también, una vez más, su encuentro con la realidad frustrante de una república mediatizada.

Al ser entrevistado a su regreso de una gira por el interior del país en 1930, Bonilla declaró a la prensa nacional:

"He vivido cuadros de verdadera miseria […] Como cubano no me queda más remedio que entristecerme y desear cuanto antes una renovación del cuadro general que he presenciado […] Creo que si me pusiera a componer, en mi obra no entrarían notas desgarradoras y patéticas".(3)

A pesar de su brillante carrera artística como virtuoso del violín, Diego asumiría otro tipo de inquietudes que fomentaría con creces al llegar a la madures de su vida.

A partir de 1931 sus actividades profesionales no se concretaron a su labor de concertista, sino que entraron de plano en el terreno de la enseñanza. El 31 de marzo del propio año obtuvo el cargo de profesor de violín del distrito central, siendo nombrado profesor de la Clase Superior de ese instrumento en el Conservatorio Municipal de Música de La Habana. Alternó así su doble condición de violinista y profesor, ofreciendo conciertos en los diferentes teatros del país e impartiendo clases.

La política administrativa del gobierno dictatorial del general Machado, convulsionaría el orden y la estabilidad social, cada vez más afectada por los estragos de la gran depresión económica. La agitación popular, encauzada por las vías de la lucha revolucionaria, descollaría en un amplio movimiento de huelgas obreras y estudiantiles, provocando una fuerte reacción por parte de la dictadura, que recrudeció la represión contra el pueblo y el estado de tensión e inestabilidad en la vida general del país.

La situación de la enseñanza musical en Cuba durante este período, por supuesto, sufrió graves trastornos. El 15 de diciembre de 1932, el profesor Diego Bonilla fue cesanteado de su cargo por el funcionario José Izquierdo Juliá, del Distrito Central de la capital de la república. Pocos meses después en el convulso proceso histórico de la Revolución del 33, el Conservatorio Municipal de Música de La Habana, víctima de la política y habiendo sobrevivido a muchas vicisitudes y periodos críticos, finalmente fue cerrado.

En 1935 bajo la orientación de Guillermo Belt, en su condición de alcalde de la Habana, fue creada una comisión, integrada por Joaquín Rodríguez Lanza (Inspector General del Ministerio de Educación), Lizzi Morales de Batet (Secretaria de la Sociedad Pro Arte Musical) y Diego Bonilla (profesor), quienes serían encargados de reabrir nuevamente el Conservatorio Municipal de Música de la Habana, en esta ocasión bajo el nombre de Félix Ernesto Alpízar.

La comisión decidiría dejar en sus puestos a los fundadores y aquellos que tenían su plaza por oposición, y reponer a los que poseyendo estos méritos habían quedado cesantes.

En las primeras elecciones celebradas por el claustro, fueron designados Amadeo Roldán y Diego Bonilla para los cargos de director y subdirector, respectivamente, con los que se inició un período de grandes reformas pedagógicas. Por concursos de oposición, junto a Juan Torroella, tendría Bonilla la plaza de profesor superior de violín, que compartió con otros de tan reconocido mérito como César Pérez Sentenat, Ana Mariano de Dominicis, Joaquín Nin, José Ardévol, entre otros.

Simultanearía nuevamente sus actividades dentro de la enseñanza con la labor artística como violinista. El 3 de mayo de 1936, por segunda vez ofreció un concierto bajo los auspicios de la Sociedad Pro-Arte Musical, en el teatro Auditórium, en compañía de la pianista Ángele Talleache, interpretando obras de Grieg, Debussy, César Frank. Haría presentaciones igualmente exitosas en otras ciudades, entre ellas las que ofreciera el 16 de abril del 1938 en el Centro de la Colonia Española de Manzanillo, haciéndose acompañar por la pianista de la región, Digna Eulalia Telarroja.

Al renunciar el maestro Amadeo Roldán de su cargo de director del Conservatorio, a causa de su estado de salud precario, el 1 de septiembre de 1938 Bonilla fue nombrado para ocupar esta responsabilidad, asumiendo asimismo el cargo de director de la Enseñanza Musical.

De este modo, al comenzar el curso 1938-1939, el músico inició sus labores en el local de Morro nº 3, de donde se trasladó al Conservatorio, a los pocos meses, para un nuevo edificio situado en San Lázaro Nº 611. Durante este período inicial, su empeño y lucidez pedagógica lograron superar algunas deficiencias del centro estrechando además, las buenas relaciones entre el profesor y los alumnos.

Ya en 1940, junto al claustro, Bonilla elaboró un nuevo plan de reorganización que facilitase el desarrollo de la enseñanza musical nacional, hacia más elevados fines.

Al concluir su primer período de dirección del Conservatorio en 1942, los principales logros fueron el establecimiento de planes de estudios flexibles y amplios -incrementados con las asignaturas superiores: Armonía, Contrapunto, Fuga, Composición, Instrumentación, Historia de la Música, Análisis, Educación del oído y la vista, Dirección de Orquesta-, la creación del Kindergarten Musical y una amplia programación de conferencias conciertos y concursos.

Sería el segundo período de dirección (1942-1947), el que arrojara los resultados más meritorios, en cuanto a la labor desplegada por Bonilla en el desarrollo de la enseñanza musical en Cuba.

A su acuciosa gestión se debió, en gran parte, la construcción de un edificio propio para las funciones del Conservatorio -ubicado en la calle Rastro entre Lealtad y Campanario, al fondo del Departamento Municipal de La Habana-, y que se dotaría de todos los adelantos y condiciones propicias para cada una de las especialidades a impartir en el centro. Asimismo, fue creada la Oficina de Difusión e Intercambio Cultural, cuya misión consistía en editar las copias mimeografiadas para su utilización en algunas clases, la difusión de la Revista Conservatorio -creada por la propia escuela- y el intercambio con los centros culturales más destacados de toda la América.

Igualmente se fomentó una amplísima discoteca, se crearon un coro y una orquesta integrada por alumnos -dirigidos por Serafín Pro y por Harold Gramatges, respectivamente-, se estableció una mejora de los planes de estudio en general; se designaron profesores de gran capacidad técnica y pedagógica, así como se contribuyó a la formación de una conciencia musical eminentemente cubana, mediante la preparación cabal de los músicos.

Como director del Conservatorio Municipal de La Habana, Diego Bonilla logró convertir el Centro en un organismo técnico de primera, llevando a cabo una gran labor de superación, tanto en la parte técnica como en la administrativa. No solo siguió la obra emprendida por Roldán, sino que la amplió en todo lo posible, habiendo hecho grandes esfuerzos para modernizar la enseñanza en todos sus aspectos, a fin de alcanzar un elevado nivel técnico que superaría todas las etapas anteriores en la historia de nuestra enseñanza musical.

En un artículo publicado en el periódico “El País”, del 12 de marzo de 1943, se emitiría el siguiente criterio: "Diego Bonilla ha logrado hacer del Conservatorio que dirige una institución de alto rango artístico y una escuela de verdadera trascendencia para formar la cultura musical del pueblo [...]"(4)

Como reconocimiento a su admirable obra en tal sentido, el claustro de los amigos del Conservatorio le ofrecieron un homenaje el 6 de marzo de 1943, en la Confederación Nacional de Conservatorios de la Música.

Como profesor, además, fue formador de brillantes discípulos, que al paso de los años se convirtieron en violinistas de alto mérito. De ellos Isidoro Leteiner y Sara Rubinstein, ganarían por oposición importantes becas en el Curtis de Filadelfia y en el Julliard de Nueva Cork, respectivamente.

De hecho, la labor pedagógica de Diego Bonilla no solo constituyó una proyección de praxis, sino también de pensamiento. Sobre el tema del ejercicio de la enseñanza musical, referenciaba el maestro: "[…] Existe tanta fruición en enseñar a los demás lo que se sabe, como exhibirlo uno mismo […] Y es grato a un artista dispensar y extender en otros temperamentos la facultad propia".(5)

Víctima de los sucios manejos de la politiquería de la época, en 1947, Diego Bonilla fue destituido de su cargo por orden del Alcalde Municipal de La Habana, Doctor Manuel Fernández Supervielle, sustituyéndole en la dirección el profesor Manuel Anckermann, hombre sí adicto a las intrigas políticas y al estado corrupto de aquella sociedad.

En el periódico Diario de la Marina, aparecían por aquello días señales evidentes de inconformidad y protesta, por la medida injustamente tomada en contra de este músico entregado a la causa del progreso de la enseñanza musical en su país. No obstante lo que fuere un acto endeble por principio, volveríase sanción inapelable ante la fuerza del poder en manos de la corrupción. No sería hasta diez años más tarde en que por la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, le fue devuelta la plaza de Director del Conservatorio Municipal.

Durante todo este período, continuaría su labor incansable de contribuir al desarrollo cultural de su país, colaborando con la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación en las misiones culturales. De este modo, como Director musical y violinista concertista, recorrió toda la Isla ofreciendo con gran éxito más de ciento setenta presentaciones para el pueblo.

Ya afectado de salud en los primeros años de la década de los 60, dedicóse a la enseñanza privada en La Habana, donde falleció el 28 de enero de 197.

Comentarios críticos internacionales sobre Diego Bonilla.

"[…] violinista de buen defendido estilo, dado a las dicciones claras, extrañas a todo alarde de inútil o más bien de superfluo virtuosismo. Veo en el notable artista cubano una disposición natural que le lleva al cultivo de la más clásica modalidad violinística […] merece mucha atención su personalidad, ya revelada y que manifiesta mayores posibilidades todavía, según es propio de los verdaderos artistas".

CARLOS BOSCH.
El Imparcial, Madrid.

 

"El magnífico programa de su concierto se destacaron las composiciones de Haendel y Vivadle, cuyos maestros encuentran en Bonilla un intérprete excelente".

ADOLFO SALAZAR.
El Heraldo, Madrid.

 

"Tanto en el género clásico como en el moderno, Bonilla ha confirmado sus dones de artista de grandes disposiciones, y del porvenir, del cual nadie podrá dudar".

HENRI COLLET.
La Menestral, París.

 

"[…] es un músico de gusto que maneja el arco con destreza y posee una sonoridad flexible".

PIERRE NERAC.
LA Comedia, París, 1926.

 

"[…] hemos tenido el gusto de aplaudir al violinista cubano Diego Bonilla, cuyo arco es elegante, y cuya musicalidad es innegable".

CHARLES COECHLIN.
EL Fígaro, París.

 

"Era notable el tono de su Amati: puro, brillante y puro. Gravando claramente la digitación y el arco con su sentido de elevación confortable al oído y un tecnicismo sumamente fácil".

RICHARD STOKES.
The Evening Word, New York.

 

"El señor Bonilla posee un fácil dominio del arco y una flexibilidad en la ejecución que cualquier veterano violinista le envidiaría. Su gusto musical y su inteligencia fue decididamente impecable y es de esperar que la experiencia y el dedicarse con entusiasmo a una labor dura pondrán a este joven cubano entre las estrella concertistas".

HELEN TEN BROEK.
La Prensa, New York.

 

"[…] está en posesión de una técnica que le permite mostrar a su deseo, un temperamento tan ardiente como musical. La autoridad, la afinación, la delicadeza en su ejecución, son cualidades de las cuales está ampliamente provisto el señor Diego Bonilla".

HENRI LARROCHE.
Revue de l´Amérique Latine, París.

Notas

1.-Gerardo de Noyal: “Crónicas de teatros” en Bohemia, 1925, s.p.

2.-Diario de la Marina, 22 de octubre de 1928.

3.-El País, 26 de noviembre de 1930.

4.-El País, 12 de marzo de 1943, s.p.

5.-Arturo Alfonso: “Diego Bonilla: ejecutante y pedagogo”. Carteles,1944.

Fuente: Clave, Revista Cubana de Música, Año 4 Número 2 del 2002 pp. 21-25.

Fecha de publicación en Enciclopedia Manzanillo: 2007.