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Más sobre la Cena Martiana.

Artículo donde se cuestiona y denuncia el intento de suprimir las cenas martianas.

Para Angel Cañete,
sin adjetivos
.


"Recomendar que se sustituyan las llamadas Cenas
Martianas, que se celebran en la víspera del aniversario
del nacimiento de Martí por actos puramente patrió-
ticos y culturales de evocación espiritual; y solicitar de
las autoridades de la República, su cooperación a este
fin, y especialmente del Ministerio de Educación, del
Estado Mayor del Ejército y de la Marina y de la Je-
fatura de la Policía Nacional, que ‘se dejen sin efecto
las circulares o disposiciones estableciendo Cenas Mar-
tianas en las escuelas públicas, en los cuarteles y en las
estaciones de policía".

(Acuerdo del Quinto Congreso Nacional de Historia.)


El acuerdo inconsulto y extemporáneo que sobre la celebración de la Cena Martiana produjo el Quinto Congreso Nacional de Historia, ha promovido un estado de opinión pública, que por desorientado en unas ocasiones y por malintencionado en otras, requiere pronta y eficaz asistencia.

 No han faltado plumas y firmas ilustres, que, alucinadas por los cantos de sirenas entonados por orfeos de bolsillo al servicio de no sé qué turbios designios, han prestado sus títulos y prestigios para contribuir a desnaturalizar esta celebración augusta. Consigno con dolor de mi devoción, los nombres de Juan Marinello y Don Isidro Méndez, entre los que secundaron al coro sospechoso. Y luego daré mayor espacio a un artículo publicado por Jorge Mañach.

 El Quinto Congreso Nacional de Historia, ensaya una definición inocente, recomendando la sustitución de las Cenas Martianas por "actos patrióticos y culturales de evocación espiritual". Se comprenderá fácilmente que tal pronunciamiento no puede responder a más absurdos informes. Porque esto de que la Cena Martiana, nuestra evocación fervorosa, no es un "acto patriótico y cultural de evocación espiritual", es cosa que nadie creará sin demostración axiomática.

Se alega que alguna cena -concedamos más: varias cenas- han degenerado en bacanales y fiestas lúbricas. Supongamos que asi sea -y conste que no es así-: lo que importa, lo que está por encima de toda suspicacia y de toda torva intención y de toda esquina huidiza, es que la Cena Martiana, acto simbólico de impar significado, se celebre cada 27 de Enero en todas las almas cubanas, tanto en la fina línea de una evocación mental, como en el acto grosero del yantar. Yo no sé que la religión católica haya protestado jamás, en público, por el rumbo a todas luces desviado que toma cada Noche Buena, no obstante celebrarse entonces el nacimiento de Jesús. Y si esto es así, ¿a qué vienen los remilgos atrabiliarios e insustanciales de no pocos martianos a La violeta? ¿O es que detrás de todo esto se mueve alguna mano, invisible y poderosa, a quien perjudique la celebración de nuestro rito por demás inofensivo? Si así fuere, -y confieso, de entrada, que así me lo parece- ¿por qué no dar la cara de frente, el pecho adelante y el corazón abierto, en lugar de poner en juego intereses fiduciarios, por las trazas hasta de conveniencia mercantil? No quiero hablar de los que se escandalizan cuando sitúan junto a Cristo, a José Martí. Tampoco me interesan distancias imposibles: Martí supo que no resucitaba. Y, por otra parte, jamás dejó de ser todo el hombre que Unamuno adivinó en sus cartas. Idealizarlo en actos de exagerada evocación espiritual, como tantos. pretenden ahora, es contribuir a que desaparezca el culto sagrado a su memoria en que ya toda Cuba, desde los niños escolares hasta los ancianos asilados, reverencia su figura. Y esto, hay que decirlo bien alto, se debe a la Cena Martiana. A esa misma Cena que ya puede morir, si quiere, porque ha logrado realizar una función ingente y creadora como ya quisieran para sí muchos de los que, ahora la denostan, acaso porque no pueden cobijarse a su sombra con fines más o menos inconfesables. Y no me refiero a persona o entidad alguna concretamente.

Si, la Cena Martiana ha realizado la función creadora de transmitir al pueblo un júbilo inexpresado cada 27 de Enero. Cuando el reloj del campanario -oh, proclividad aldeana!- sitúa sus agujas al filo de la media noche, consuela mucho contemplar las calles al oscuras y en silencio, interminables fieles de un sentir cubano, que van al parque central de cada pueblo, para dejar junto a una estatua -la estatua de José Martí- una flor, simbolo del más efímero y al mismo tiempo perdurable, de renovada admiración y de inestrenado  cariño.

Lo que no puede ser José Martí, lo que jamás pudo ser el hombre que se dió a las multitudes en desgracia de su patria esclava, es privilegio para consumo exclusivo de capillitas habaneras, ni mucho menos estación final de un camino por todos andado.

Pero es hora ya de que demos el espacio prometido al articulo de Jorge Mañach que, publicado en el "Diario de la Marina" -¡tenía que ser! -tituló "Superación de la Cena Martiana".

La pluma ilustre de Jorge Mañach -ilustre no obstante el agrio calificativo de "malévola y resentido" con que Raúl Roa la acusara alguna vez- ha roto lanzas contra los molinos invisibles de su afán quijotesco, ahora concretado en la sustitución de la Cena Martiana. Produjo un articulo de muy bella estirpe literaria, como todos los renglones que publica. Pero, por desgracia, con la inevitable trastienda intelectual que casi siempre los caracteriza. ¿Y qué propone, de fijo, Jorge Mañach? Antes de referirlo, conviene anteponer una premisa que en sus palabras adopta carácter de confesión: el Presidente del Pen Club declara que para reunir a los intelectuales -a los integrantes del gremio "que piensa"- han tenido que valerse de una travesura que juegan al instinto humano, y así, para oir algunos versos o una página de crítica literaria grávida y pulida, ponen manteles a una mesa que luego cubren de adornadas viandas. Yo me pregunto: si ha sido necesario, entre los intelectuales, el acto grosero de comer y beber para poder juntarse, ¿cómo Jorge Mañach nos propone, precisamente a los iniciadores de Manzanillo -yo no lo soy, pero como tal me considero- una abstinencia que desemboque en el devaneo estéril de reunir pueblo para espigar la obra de José Martí? ¿No cae la insigne figura literaria en que es demasiado pedir? ¿O le parece pequeña la obra lograda, de hacer que personas ignaras muchas veces, y otras -las más- profanas en el conocimiento del Apóstol, se sienten a la mesa de un banquete más aparente que real, donde por lo menos escuchan un discurso evocando la gran cabeza americana? Declaro, no sin pesadumbre, que no entiendo al hombre que mejores páginas ha escrito sobre José Martí. Más aún, hasta insincero me ha lucido en el artículo que comento. ¿Ordenes del director? ¿Consejos editoriales? ¿0 ineludible deber periodístico para no perder la columna interdiaria? No es posible creerlo en hombre como Jorge Mañach, a quien le sobra talento y autoestimación para caer en tales pequeñeces. Sin embargo...

Es lástima grande esta de que al calor de una memoria venerada, se produzcan murmullos vocingleros que resten luz y alegría a la evocación ubícua. Pudo el Quinto Congreso Nacional de Historia, ceñir el acuerdo tomado a la segunda parte del párrafo que lo expresa: "dejar sin efecto las circulares o disposiciones estableciendo Cenas Martianas en (...) los cuarteles y en las estaciones de policía", jamás en las escuelas públicas del país, porque es mala manera de entender al hombre de "La Edad de Oro", al rabí que pudo haber dicho también "dejad que los niños vengan a mí". Pudieron los intelectuales cubanos, pudo Jorge Mañach -por más significado como biógrafo de Martí-, comprobar la exactitud o nó de la motivación central del Acuerdo, y hurtar el cuerpo al peligro de ser instrumento inadvertido de malas intenciones, y no tomar la excepción por la regla general.

La Revista "Orto", el Grupo Literario de Manzanillo y todas las entidades que se precien de fieles a sí mismas, seguirán celebrando con crecido fervor la Cena Martiana, porque es ya materia y espíritu de un mismo cuerpo, porque ha sido y seguirá siendo -el pueblo de Cuba tiene la palabra- el más útil y hábil medio de transmitir la prédica y la orientación del inolvidable "Rabino del cantó y de la rosa".


Manuel E. Bermúdez Oliver.

Enero de 1947.

Fuente: Revista Orto, Año XXXV, enero de 1947, número 1.

 



Creado: Viérnes 03 de Junio de 2016