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La bandera del 10 de octubre de 1868.

Autor(es):
César Martín García.

Sobre la bandera de la Demajagua que es, sin duda, la bandera de Manzanillo.

Carlos Manuel de Céspedes se había propuesto tener un estandarte que le simbolizara a la hora del estallido de la Revolución. Es por ello que diseña una bandera similar a la de Chile, pero invertido el pabellón rojo y azul. Él conocía que el gobierno de Chile a través de Benjamín Vicuña, agente confidencial de Cuba y Puerto Rico en Nueva York, había posibilitado que los barcos cubanos utilizaran la bandera chilena en alta mar para evitarle contratiempos a los cubanos desde 1866.

Inspirado en ese pabellón, solicita a la hija de su mayoral Juan Acosta, la señorita Candelaria Acosta Fontaine "Cambula", una joven que había correspondido a los amores del Padre de la Patria a pesar de sus 17 años, que confeccionara la bandera.

La confección de la bandera.

El viernes 9 de octubre de 1868 parecía no suceder nada en la hacienda del Ingenio Demajagua, sin embargo la preocupación de Céspedes alcanzaba límites insospechables, al no tener, aún, una bandera que le representase a la hora del levantamiento armado. Sin embargo hay momentos en que la vida depara ternura a quien eso ha de suceder, y así resultó. Candelaria Acosta (Cambula o apodada también cariñosamente como "La Lugareña"), fue llamada por Carlos Manuel a su hacienda en el Ingenio y este le comunicó la necesidad de poder contar, al día siguiente, con un estandarte que pudiese ser jurado para salir al campo redentor a combatir la oprobiosa tiranía española por las fuerzas independentistas, a lo que ella rápidamente, tan cariñosa como cumplidora con él, asumió la tarea, a fin de tratar de complacerle, no sin antes proponerle que mandara por la tela a los establecimientos comerciales de Manzanillo en esa misma mañana lo más temprano posible.

Inspirándose en la de Chile, Céspedes imaginó una bandera nueva, que luciendo los mismos colores y forma de la de Carreras y O´Higgins, se diferenciara de esta, en la disposición de aquellos. Aunque la República hermana había ofrecido a los conspiradores cubanos en 1866 su bandera para los buques que pudieran armar en corzo y existe el precedente de que las repúblicas de Colombia, Venezuela y Ecuador tienen una misma bandera blanca, azul y rojo, con la ligera variante que establecen en la franja azul las respectivas divisiones de estos tres países, debió parecerle a Céspedes susceptible  provocar confusión el adoptar la enseña chilena misma para su levantamiento y tomando un lápiz creó la bandera de La Demajagua.

El rojo ocuparía con el blanco la parte superior, el azul marino se extendería a lo largo de la inferior, situándose la estrella blanca en el centro del cuadro rojo. Algunos de los presentes tuvieron como buen augurio el que no se hubiese podido reproducir la bandera de López y Agüero.

En una de las casas del batey más cercanas a la mansión de Céspedes, de anchos portales y columnas dóricas, viven con los demás miembros de su familia, y en compañía de sus padres, Juan Acosta (mayoral del Ingenio), Concepción Fontaigne, Rosario, una de las hijas de la señorita Candelaria "Cambula", que según Fernando Figueredo y Socorrás, era ya entonces "una mujer extraordinaria", así como señaló Céspedes era de "clara inteligencia y hermosura".

Ella se presentó en la casa de vivienda, examinó el croquis (la bandera), expresó su opinión acerca de la cantidad y calidad de la tela necesaria para confeccionar el estandarte. Apremiando el tiempo, ordenó Céspedes a José Antonio Castillo, alias Moringo, mayordomo del Ingenio, para que fuera inmediatamente a Manzanillo a comprar las telas, o que mandase a una o varias personas de su confianza a traerlas, con toda la rapidez posible, pero con la mayor discreción, porque avisadas las autoridades de la ciudad de lo que en el ingenio se preparaba, ya desde el día 8 habían estado el Gobernador con varios españoles en el vecino Ingenio Santa Isabel de José Agustín Valerino, buscando al dueño de La Demajagua para arrestarlo con las personas con que con él estuviesen, y no había dejado el referido funcionario de dar instrucciones a la policía para que vigilasen a cuantos trataran de entrar o salir de la ciudad.

Pero como Castillo, por su puesto de mayordomo de La Demajagua, tenía que ser persona sospechosa de los españoles, lo más probable es que creyeran más prudente despachar el encargo, y que quizás lo acompañara aquel a una buena parte del camino, uno de los trabajadores del ingenio, escogido entre los que mejores condiciones reunían para realizar el mandado; y este emisario resultó ser un tal Eustaquio, por más señas, "Negro Colorao", según ha descrito Candelaria Acosta, quien vivió horas de ansiedad pendiente del resultado de la arriesgada misión.

El camino entre La Demajagua y Manzanillo aún se supone a veces intransitable, por la abundancia de las lluvias en el mes de octubre, pero sin duda, buen jinete y aprovechando el paso por los arenales cubiertos de mangle en la orilla de la costa para evitar los baches y abolladuras del entonces pomposamente llamado "Camino Real de Manzanillo a Campechuela". Eustaquio llegó a las proximidades o primeras casas de la población y enterándose allí por los vecinos o transeúntes del estado de alarma existente, y de que "el que estaba en el pueblo no podía salir y si se le concedía era llenando infinidad de requisitos" volvió grupas y en cuatro o cinco horas después de haber partido se desmontaba ya de regreso en el Ingenio, solo acompañado de Castillo, sin que ninguno de los dos trajese las telas cuya adquisición se había ordenado.

Mucho contrarió a Céspedes el resultado del viaje que queda expuesto; pero conversando de nuevo con Candelaria, a quien fue a ver expresamente para comunicárselo y acordar con ella algún otro plan, la patriótica jovencita, volviendo en su compañía a la casa de vivienda, le propuso, llena de fe y de confianza, hacer la bandera con telas que ella trataría de proporcionárselas allí mismo. Y en efecto, desbarató el cielo del mosquitero de una cama para obtener el rojo, que resultó ser un rosa subido; cortó un pedazo de una tela, probablemente de hilo fino que días antes había guardado para hacerse un corpiño; y Céspedes, en los apuros de hablar de tela azul marino, se dirige hacia un retrato de su difunta esposa, como "herido por una idea salvadora" orgulloso de aquella dama sonriente de grandes virtudes y respetada memoria concurriese, de algún modo, a resolver el problema, aunque fuese preciso cambiar el azul marino por azul celeste, que hasta simboliza, por otra parte, el cielo de Cuba; y examina el velo que lo cubre o resguarda, encontrando tal vez que, por ser de tul, no podía servir cumplidamente su propósito.

Pero decidió utilizar, a pesar de todo, aquel material por no tener a su disposición otro más adecuado, intenta desprenderlo del marco del retrato cuando Cambula le dice: "no es necesario, yo tengo un vestido azul de mi uso" (era también azul celeste), que pudo buscar y utilizar igualmente, y reunidas las telas al fin, bajo la dirección de Céspedes y sentada en la misma espaciosa sala, se puso a coser la bandera.

Era esta enseña de un poco más de un metro de largo, casi cuadrada, los tres paños expresados, rojo y blanco en la parte superior y azul celeste toda la inferior, entonces le dijo Céspedes a Cambula: "falta ahora una estrella de cinco puntas"; a lo que ella contestó: "no la sé bordar y aunque lo supiera tampoco lo haría porque no sé dibujarla".

En ese momento es el joven Emilio Tamayo, que tenía entre 20 y 22 años de edad, quien resuelve enseguida la última dificultad. Esperaba él, junto a las otras personas congregadas en torno a Cambula, que terminara la bandera y con más impaciencia y ansiedad que los otros espectadores, porque aspiraba a la gloria de ser el abanderado de los revolucionarios. Dibujó la estrella en un papel; y Cambula, que hubo de fijarla en un paño blanco por medio de alfileres, lo recortó y luego lo fijó a la bandera no quedando a la perfección, según su propio dicho, porque ella no era experta en costura y debido a la festinación que todos querían se pusiese en la labor por acercarse rápidamente las sombras crepusculares.

Pero ya la nueva estrella existía. Prendida el lienzo a una asta improvisada, el gallardo joven bayamés recibió el estandarte de las propias manos de Cambula, en medio de los vivas de los patriotas reunidos en el batey del Ingenio, que estaba convertido ya en un verdadero campamento.

El hecho de no ser Cambula una costurera experta imposibilitó, quizás, que hubiera salido mejor la tarea, pues no pudo hacerse con las medidas exactas desde el punto de vista rectangular, sino más bien es casi un cuadrado al medir 126 cm. de ancho por 130 cm. de largo, no obstante ese cumplido de Cambula contribuyó a aliviar el alma del Padre de la Patria, pues tarde en la noche del 9 de octubre de 1868 ya la estaba entregando para que en la mañana siguiente pudiera ser jurada para ir al cadalso o a la gloria, presidiendo la cabalgadura de los corceles briosos en la marcha para la conquista de la libertad, la independencia y la abolición total de la esclavitud padecida por Cuba por más de tres siglos.

Como a las diez del día del sábado 10 de octubre de 1868, reunidos casi 500 conjurados y luego de la arenga de Céspedes que los invitaba a juntar voluntades y sacrificio se juró lealtad ante aquella bandera:

"¿Juráis vengar los agravios de la Patria? ¡Juramos! ¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda? ¡Juramos! Enhorabuena sois unos patriotas valientes y dignos. Yo por mi parte, juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español, venganza, pues, y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa".
 
Ana de Quesada y Loynaz, esposa en segundas nupcias con Céspedes, fue prisionera de los españoles en terrenos del Ingenio Santa Rosa de La Guanaja el 30 de diciembre de 1870 y conducida a la Habana, donde fue desterrada de la Isla de Cuba por el Capitán General, Conde de Valmaseda; fijó su residencia desde fines de enero de 1871 en Nueva York.

Céspedes encargó a su hermano Pedro María (fusilado en Santiago de Cuba en noviembre de 1873) para que llevase la bandera a Ana de Quesada, a fin de que la conservara hasta mejores momentos, pero como tuvo que quedarse en la isla por problemas de salud le encargó la misión al Coronel Pío Rosado (fusilado en Bayamo en 1880). Luego, de manos del Coronel Pío Rosado, la recibió el Coronel Manuel Anastasio Aguilera en enero de 1872, junto al puño de la espada de Perucho Figueredo y la carta de Céspedes que acompañaba las reliquias. La bandera estaba dentro de un tubo de latón ovalado como de unos 40 cm. de largo por 15 cm. de ancho y la misma fue entregada por Aguilera a Ana de Quesada en Nueva York.

Al efectuarse la entrega de la carta y las reliquias a la esposa de Céspedes, esta extrajo la bandera del tubo en que se hallaba, y Aguilera, que conocía bien la enseña le dijo a la señora que esa bandera era la misma que Céspedes había enarbolado en La Demajagua; que su esposo se la había enviado para que la conservase hasta mejores tiempos. La esposa de Céspedes dijo que en aquellos mismos días llegase a manos de la viuda de Figueredo la cual se hallaba ya en Key West, el puño de la espada de este glorioso patriota, y desde aquel momento Ana de Quesada guardó la bandera de La Demajagua con más cuidado aún que sus propias joyas. Todos los 10 de octubre se exponía a la veneración de los compatriotas y amigos fieles que visitaban la casa de la familia de Céspedes, primero en Nueva York y más tarde en París, aquel símbolo de heroísmo y abnegación, que lo era a la vez de la esperanza de los cubanos.

El juramento a la bandera, entrañaba desde aquellos momentos, el firme compromiso para luchar con el fin de arrancar el brazo de hierro ensangrentado y oprobioso que imponía España a Cuba. Céspedes tenía para Cuba reservado sus más nobles ideales: "Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos".

La Bandera de La Demajagua fue una obra artesanal hecha por las manos amorosas de la "Lugareña" Candelaria Acosta, joven veguitera en la que Céspedes encontró el amor que la muerte le negara con la pérdida de su primera esposa María del Carmen. Con ella el Padre de la Patria tuvo dos hijos Carmen y Carlos Manuel.

Cambula, nació en Veguitas el día 2 de febrero de 1851. Acompañó a Céspedes en su vida mambisa hasta que el día 9 de septiembre de 1871 él la embarcó hacia Jamaica, pues la vida en la manigua se hacía muy difícil, sobre todo para los niños. Cuando salió al extranjero iba encinta y en la isla vecina dio a luz al varón. Al terminar la guerra del 68, Cambula volvió a Cuba con sus dos hijos, sufrió muchas dificultades económicas, pues toda la familia había muerto y se vio sola con sus dos niños pequeños. Años después se unió a Miguel Acosta con el que tuvo tres hijos más: Isabel, Ernesto y José.

Por otra parte Carmita, la hija de Cambula y Céspedes, se casó en Santiago de Cuba con Antonio Milanés y con quien tuvo 5 hijos. Más tarde ese matrimonio se fue a vivir a Jamaica, pero volvieron a Cuba donde ella murió en 1898 durante el bloqueo norteamericano. Mientras el otro hijo Carlos Manuel, recién comenzada la guerra del 95 no se había levantado a pelear lo que provocó que Cambula fuera a verlo para decirle: "parece mentira que tú, siendo hijo de Carlos Manuel de Céspedes, un hombre tan patriota, estés todavía aquí", a lo que la hija de este le contestara: "Mamá no le digas así, ¿y si lo matan?", a lo que Cambula replicó rápidamente: "¡qué importa!, ¡cuántos cubanos han muerto por ver su patria libre? si muriera en la guerra, orgullosa me sentiría de que un hijo mío hubiera muerto defendiendo a su patria".

Carlos Manuel Acosta se casó varias veces y tuvo una larga descendencia. Él vivió hasta el 4 de mayo de 1966.

Vuelta a Cuba de la bandera.

Terminado el protocolo para el establecimiento de la paz en Washington, el 12 de agosto de 1898, y evacuada ya la provincia de Oriente por las tropas españolas, la viuda de Céspedes, Ana de Quesada y Loynaz, volvió a Cuba por primera vez, desde que, prisionera de las tropas españolas el 30 de diciembre de 1870, fue deportada de la Isla por el Capitán General Conde de Valmaseda.

Deseando ser una de las primeras personas que se repatriara en aquellos históricos momentos, tomó en el mes de septiembre un vapor de la línea de Ward que hacía el viaje directo de Nueva York hasta Santiago de Cuba.

En Santiago tuvo ella y su hijo Carlos Manuel de Céspedes y Quesada la fortuna y la dicha de reunirse después de los tres años de amarga separación que les impuso la guerra, pues se habían separado en Nueva York en los primeros días de la segunda quincena del mes de octubre de 1895, al salir el joven para Cuba libre, en la primera expedición que desembarcó, felizmente, en Baracoa, cerca de Punta de Maisí, el 28 de octubre de 1895.

El Coronel Céspedes y Quesada había ido a Santiago a recibir a su mamá haciéndose acompañar por el General José Lacret Morlot y sus ayudantes.

Luego de permanecer Ana y su hijo un tiempo en Santiago de Cuba salieron para Manzanillo, invitado por Francisco Javier de Céspedes (Mayor General), para pasar un par de semanas en su casa. Ya Francisco Javier contaba con más de 80 años de edad.

Como la viuda de Céspedes traía en su equipaje la bandera de La Demajagua, hubo de enseñarle aquella reliquia gloriosa a su cuñado Francisco Javier, que apenas podía moverse de su sillón, él se emocionó profundamente al contemplarla.

A fines de diciembre, Ana de Quesada y su hijo embarcaron para Batabanó en uno de los vapores de la costa sur, de la Compañía de Menéndez. El día de año nuevo de 1899, como a las 5:00 de la tarde llegaron a la Habana, solo unas horas antes se había arriado la bandera española en la Fortaleza del Morro y La Cabaña, en lo que quedó definitivamente consumado el cese de la secular soberanía de España sobre la Isla de Cuba.

Es una circunstancia digna de contar en su historia que la bandera de La Demajagua, entró en la capital de la República el mismo día en que el pabellón de España dejó de ondear sobre Cuba para siempre como símbolo de la soberanía de La Madre Patria, para ser entregada aquella a la nación, por la viuda de su autor el 4 de julio de 1902, pasando a ocupar su puesto de honor en La Cámara de Representantes en cumplimiento de los altos designios de La Providencia y del acuerdo legislativo del 21 de mayo de 1902.

Enterada Cambula desde su hogar en Santiago de Cuba de que la bandera estaba a salvo en La Habana, hizo el viaje a fin de reconocerla y cuando la tuvo en su poder exclamó: "Esta es la bandera que cosieron mis manos la tarde-noche del 9 de octubre de 1868 y no otra, con ella Carlos Manuel partió a la guerra desde su Ingenio La Demajagua".

En la actualidad se conserva en la sala de las banderas del Palacio de los Capitanes Generales, ubicado en la Habana Vieja encabezando los estandartes que recuerdan los momentos trascendentales de La Revolución Cubana.

Bibliografía mínima.

1.-Céspedes y Quesada, Carlos Manuel de. Las banderas de Yara y Bayamo. Editorial Le Livre Libre, París, Francia, 1929.
2.-Portuondo, Fernando y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, Tomo I.
3.-Roig de Leuchsenring, Emilio. Banderas oficiales y revolucionarias de Cuba. Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, La Habana, 1950.



Creado: Jueves 24 de Marzo de 2016