Palabras pronunciadas por el poeta al entregársele el título de Hijo Adoptivo por parte del Ayuntamiento local.
Las Voces de Ahora
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL POETA MIGUEL GALLIANO CANCIO EN LA SESION MAGNA DEL AYUNTAMIENTO DE MANZANILLO EN QUE SE LE NOMBRÓ HIJO ADOPTIVO DE AQUELLA CIUDAD (1919).(1)
********
Confieso que al conocer la moción presentada a este ilustre ayuntamiento por su digno Vice-Presidente Sr. Alfonso Sánchez Quesada, en la cual interesaba que sus estimados compañeros de la Cámara Municipal testimoniaran la enaltecedora deferencia de proclamarme Hijo Adoptivo, palpitó mi corazón con vibraciones de entusiasmo, con latidos de alegrías: pero sin méritos logrados, sin laureles adquiridos, la abrumadora realidad tronchaba las alas de mis francas ilusiones y expuse inmediatamente mi justa y razonable protesta.
Pero no fueron atendidas mis manifestaciones y el Sr. Presidente de este ilustre Ayuntamiento y distinguidos Concejales pertenecientes a diversos partidos políticos -es necesario significarlo con verdadero orgullo, con sincera complacencia- convencidos del cariño entrañable que le profeso a Manzanillo -cuna de mis hijos y sagrario de mis más puros afectos- se sirven tener en consideración mis humildes empeños literarios, mis fervientes anhelos de cultura y ofrecen elocuente prueba de ilimitada benevolencia al acordar por unanimidad en la Sesión Extraordinaria convocada al efecto y que se celebró la noche del treinta de Octubre -fecha memorable para mi gratitud- conferirme el altísimo honor de nombrarme Hijo Adoptivo, acuerdo que por voluntad de todos se hizo ejecutivo esa misma noche y que el Sr. Alcalde -revelando con ello conformidad y adhesión- se sirvió sancionar sin pérdida de tiempo.
Pero antes de pronunciar unas humildes palabras impregnadas de recuerdos, ungidas de agradecimiento, estimo honrado declarar en honor de la más estricta sinceridad que es infinitamente superior a mis merecimientos el lauro que me otorga el entusiasmo y la nobleza de unos, la bondad y la indulgencia de otros.
Mi padre conoció a Manzanillo en una de las excursiones que había realizado durante los lejanos días de su juventud y le profesaba una veneración entusiasta. En distintas ocasiones fué tema de conversación familiar el recuerdo de esta Ciudad que colmaba de elogios.
Acababa de terminar la guerra del noventicinco y libre y victorioso tremolaba el símbolo de la redención de la Patria. La revolución había empobrecido los campos y aniquilado las haciendas de uno a otro extremo de la isla; no obstante, en los alrededores de Sancti Spíritus se había sentido más hondamente sus resultados porque sirvieron de campo de operaciones y a veces de trinchera y cuartel a importantes núcleos de insurgentes.
Mi padre que había presenciado la pérdida de los recursos acumulados tras lucha incesante, inclinado sobre el yunque del trabajo ennoblecedor y honrado, empezaba a sentir los desastres y las vicisitudes económicas. Muchos proyectos debieron pasar por su mente: hombre pundonoroso y bueno no eran sus sesenta años pretexto para renunciar a la nueva conquista de modesto bienestar y requiriendo entusiasmos que parecían perdidos con su juventud, se dedicó a emprender la difícil jornada...
Entonces recurrió a Manzanillo: treinta años antes le había deslumbrado su situación topográfica, el privilegio de sus naturales galas y se le ofrecía a su optimismo como paréntesis de promisión maravilloso...
En el año de mil ochocientos noventiocho y en unión de dos de sus mayores hijos, instaló aquí su comercio; a los pocos meses la salud le negó por completo sus favores y mi madre, temerosa de no auxiliarlo en sus últimos momentos, no se resignó a quedarse en Sancti Spíritus.
Dos semanas más tarde llegaron sus otros hijos a esta ciudad casi en los instantes en que, con la augusta serenidad del que ha sido fiel cumplidor de sus deberes, se disponía a adelantarse en su viaje sin retorno al infinito...
Si se pudiera traducir a una expresión el cariño con que Manzanillo recibe al viajero, yo diría que ofrece sus brazos extendidos ampliamente como en sincera y fraternal demostración de afecto...
Muchas veces, con natural veneración, al evocar el viejo nido arrullado por los cantos maternales, como alondras para el cielo, volaban de mi alma los suspiros...!Oh, el vibrante poema de los recuerdos de la infancia! Las calles amigas, los alegres colegiales, el maestro encanecido y cándido, y la campana aquella: la sonora, la que primero saludaba la mañana para congregar los fieles con cariñosa voz de ruego, el río murmurador y apacible que corre hacia el infinito preludiando sus mágicos mensajes pasionales y que a veces se adorna de cielo con ramas, de cielo con rosas, de cielo con estrellas...
La chiquilla encantadora a quien nunca declaramos nada, pero que suponíamos -turbadora ilusión- escrutando la línea blanca azul del horizonte para acechar nuestro regreso, vibrante de emoción como una rosa nueva mecida por la brisa y que no supo jamás de nuestras cartas porque no sabíamos traducir palabras amorosas...
Pero Manzanillo primorosamente enclavado como nido de cóndores junto a elevada cumbre y descubierto a la vasta encantadora majestad del Golfo, ofrecía a mis nueve años románticas perspectivas luminosas...
¡Oh, sus ingentes picachos desde donde se contempla divina ondulación de bosques maravillosos, henchidos de savia, alegres de nidos, colmados de flores...!
Como si hubiera volcado una encantadora Primavera su idealizada cornucopia rebosante de rosas de todos los colores y todos los matices!... ¡Mágicos vergeles risueños de pájaros que cantan la mañana con sonoridades de flauta, con líricos acordes de ternuras y agitan las campanillas de sus trinos agudos para llamar a misa del cielo a los devotos de Belleza, a los cruzados de Ensueño, a los abanderados del Pensamiento...Y que en amorosa tarde silente que se envuelve en transparentes peplos de poesía, trinan melancólicamente las bíblicas dulzuras de su ángelus con cuerdas que no tiene ninguna lira, con sonoridades que no tiene ningún instrumento, con ritmos que no ha logrado
aprisionar el pentágrama...
¡Oh, la encantada policromía de sus puestas de sol, al declinar el astro rey banderas de todos los colores se pliegan amorosamente y entre empenachados oleajes de rizada espuma se oculta ceremoniosamente la gran órbita de luz, la dorada rodela del sol... Las vivas llamas de rosadas nubes aguardan el manto de la noche para revolverse en sombras y prosigue interminablemente la autóctona canción de las hermanas olas...
Ante la profunda contemplación de esos deslumbramientos divinos, la poesía reveló a mi humilde corazón su música exquisita y las ideas, cual leves mariposillas estelares, alumbraron mi pensamiento con el arco iris de sus alas luminosas... En los encantados jardines del amor y en justas de galantería, bendijo, tus preciosas mujeres hechiceras, las santas y evangélicas ternuras de su alma, surtidores bajo horizontes de rosas, la circasiana perfección de su rostro, la delicadeza de sus manos ungidas de piedades y pródigas de perdones, las sedosas caudas de sus ondulantes cabelleras y los serenos cielos -como adormecidos en místicas contemplaciones- de sus luminosos y divinos ojos melancólicos, apasionados y bellos... ¡Benditas mujeres encantadoras que adornan los azahares de todas las virtudes y las diademas de todas las bondades!...
A través de tus interminables frondas de consuelo y de tus dilatados oasis de venturas, con la peregrina devoción de alado pajarillo busqué las briznas para formar mi nido, mi amoroso hogar ennoblecido por la compañera amantísima: la idolatrada esposa y que decora una bandera y significa un altar... Bandera y altar de reverencia los amados pequeñuelos al ofrendar sus oraciones a los desventurados gloriosos: ¡A los mártires de la patria!
Mártires sublimes que sacrificaron bienestar y fortuna, para desafiar las iras de las reivindicaciones, los abismos de las derrotas y aguardaban la muerte de cara al sol y con la visión de la estrella solitaria que iluminaba el vía-crucis de la inmortalidad en las serenas pupilas evangélicas...
Mártires sublimes que bordaron amapolas de púrpura con su sangre generosa en la tricolor bandera traspasada por las balas, ennegrecida por la pólvora de recios combates y bautizada con lágrimas de venerables ancianas y de hermanitas buenas...
Si nosotros hemos profanado su recuerdo al lanzarlos a las desolaciones de las luchas fraticidas y hemos olvidado el evangelio de Paz y Amor, precioso tributo que nos legaron ennoblecidamente, esos silenciosos espartanos no han cesado de ofrendar sus bendiciones...
No han olvidado la Patria... Ni los que reposan en fastuosos mausoleos, ni los que duermen en humildes sepulturas, ni los que sueñan bajo doliente ciprés de enhiesta loma, ni los que yacen bajo una palma del llano, ni los que descansan en la desolación de la sabana sin una cruz que implore una plegaria, ni un árbol que demande votivos rezos a las trashumantes(2) avecillas de los bosques ... Y buenos y santos y puros y nobles, hasta más allá de la vida, suspiran, rezan, imploran porque la gloriosa bandera flote con suprema dignidad libremente desplegada en el más alto mástil del honor y constituya un símbolo de fraternidad y concordia... Estoy estrechado a ti -¡oh ciudad bendecida!... por lazos que no debilitan los días ni destruyen los años. Duermen su largo interminable sueño sin sueño en la augusta paz silenciosa de tu cementerio -tierra de tu tierra, savia de tu savia!- mi padre, mi hermano, mi hermana... Y como un punto de luz, como una diminuta estrella en la convexidad del espacio, la mística lucecilla del cariño taladra el cortinaje de sombras del olvido...
Y en su rincón de penas acribillada por las torturas y por los sufrimientos y rendida por los copos de nieve del invierno malo, del invierno que no ha de suceder la primavera, mi ancianita buena, mi idolatrada madre, evoca con religiosa veneración el recuerdo de sus desaparecidos...
¡Oh, Manzanillo: si bajo el luminoso zafiro de tu cielo se abrieron al sol de la esperanza los rosales de mis sueños, si en mi corazón, como en humilde alero, se anidan líricos ruiseñores y vibran sus armonías al conjuro de tus esplendentes galas: si en tu regazo -amable y cariñoso como regazo de amorosa abuela- transcurre plácida y evocadora infancia de mis hijos y, con la de mis hijos mi "otra" infancia: la de risas y de lágrimas: si con filial veneración pronuncian tu nombre los labios de mi madre, los labios de mi esposa, los labios de mis hijos....¡Oh, Manzanillo: ¡Con cuanto cariño celebra mi gratitud esta oportunidad trascendental y solemne, para testimoniarte con todas las exaltaciones, con todas las vehemencias, con todas las ternuras de mi alma, las infinitas bendiciones de mi devoción imperecedera!....
Notas:
1.-Este texto es una transcripción fiel del original, realizada por Clemente C. Amezaga Wolf el 4 de enero de 2015. El discurso se encontraba considerablemente difícil de leer.
2.-El copista cambió la palabra "Treshumantes" por "Trashumantes" por estimar que fue un error del editor original. La ortografía es de época, como el acento en la e de fue, y noventicinco en lugar de noventa y cinco, etc.
3.-Las fotos de Miguel y de sdu esposa Ana han sido incluidas por Clemente C. Amezaga Wolf y no estaban en el original.
Creado: Jueves 25 de Febrero de 2016