Sencilla como árbol
dócil cuan paloma
ahogo mis ojos en recuerdos
Mis culpas son ángeles extraviados
Mis miedos la luz que sostiene los muros
que en tiempos lejanos refulgían
abiertos en agua de música
Ridícula y hermosa me fui extendiendo día a día
llenando los espacios más tibios
con rostros y canciones
Como toda ciudad he tenido mis miserias
mis rincones oscuros
Tiempo hubo en que una luz de espinas
hincaba mis costados
entonces respiraba ansiosa
en el sopor de los traspatios
ambicionando aquella inmensidad desconocida
hasta comprender que podía ser feliz
Aun escucho tras las puertas
el grito de mis hijos
convocando a los puros a la guerra
aun resuena en mis oídos el verso de Navarro
la canción de Puebla abriendo para siempre
mi pecho en el tiempo
Cierto es que no me parezco a Estocolmo ni a París
pero como ellas busqué el amor total en el amor
¿Qué no sería posible entonces entre mis brazos?
Soy una ciudad signada por la lluvia
Una ciudad que se resiste a la definición y al poema
Hecha de tambor y liquen
de campana y grito
he arrancado mis lúgubres máscaras
he roto burlas y conjuros
he pedido al viajero desate los vientos
para sentir mi rostro salpicado de salitre y espuma
como el de los amantes que vienen a mi orilla
en busca del amanecer
para besase en los espejos
No hay ritos que puedan adormecer mi alegría
He comprendido el valor de los signos
la plenitud del diálogo
al primer contacto con la luz
He proclamado los vastos mensajes del futuro
Mi silueta resistió la ruina de las despedidas
y ofrezco a todos mi lejana e inocente sinfonía
condenada a la lenta prisa del tiempo
Fiel a los tropiezos de mi sombra
multiplicada por el crepúsculo
a la hora en que el sol se eleva como salmo
para evitar el derrumbe
soy la verdad que redunda
la que teje su historia
Soy camino que se inicia en tus ojos
y ajena a toda vanidad
te ofrezco mi pecho y mi alegría
Ángel Larramendi Mecías
Octubre / 1992
Creado: Miércoles 08 de Julio de 2015